jueves, 2 de julio de 2020

Efrain Barquero chileno poeta ha fallecido y nació para alguien en el mundo Chaubloqueo y museo Che Guevara de Argentina saludan su creación Eladio González toto



Efraín Barquero (1931 – 2020):
Adiós al poeta de la tierra telúrica


Este lunes 29 de junio, en silencio, con tranquilidad y la elegancia que le eran características, abandonó el escenario del campo mojado y el frío claro de su Maule natal, el poeta que, también sin estruendo, se quedara con el Premio Nacional de Literatura correspondiente a un a la vez cercano y lejano año 2008.

Edmundo Moure Rojas*
- 30.06.2020

«Un hombre es desterrado a perpetuidad
y sale con un pedazo de su cuerpo
a vivir en la otra orilla del mundo
a donde solo llega la voz de sus muertos»
.
Efraín Barquero

Por distintos caminos y en diversos lugares he buscado al poeta de los lares, a Efraín Barquero, nuestro cantor campesino de Chile, hijo de la tierra y del pan temprano de Piedra Blanca.

Hacía 46 años que había partido, desde su casa rural en Lo Gallardo, con una raída maleta en la que llevaba sus libros más queridos y algunos sueños que le nacieron: «a través del humo y la niebla, cubriéndole la boca, palpándose el rostro, alisando los bordes del silencio enterrado”.

Anduvo por oscuros países, hasta inaugurar una modesta casa en Estrasburgo, donde esparció su olor de boldos y las fragancias de Chile que había escondido en el mejor rincón de sí mismo. De allí me llegaron sus primeras noticias, una carta suya que se aromaba con la palabra esperanza. Después, muchas otras, nuestra correspondencia que iba y venía, «con las alas plegadas y la dirección en medio». Recibí su libro inédito, Los allases, que luego iba a devenir en Mujeres de negro, testimonio de un «desterronado», como él da en llamarse, regalo que yo no esperaba: un gran sobre de correos, como esos paquetes pueblerinos, en gruesas hojas con las que se envuelven los quesos de cabra o las tortillas de rescoldo de los fieles braseros del sur.

Mi amigo y compañero de la Sociedad de Escritores de Chile, Raúl Mellado, me había entregado, un poco a regañadientes, en octubre de 1982, la dirección del poeta, pues siempre fue un hombre muy reservado y celoso de su intimidad.

Meses más tarde, las cartas comenzaron a remitirse desde Aix–en–Provence, pues Efraín y los suyos huyeron del frío y la nieve al templado sur, donde otra casa se abriría con parecidas ilusiones: «sonriendo con cansancio a los frutos amarillos/ como si quisiera esconder algo bajo la tierra/ del mismo color que sus recuerdos».

Algo ocurrió en las palabras de nuestra correspondencia, pero nunca lo supe, releí mis epístolas, buscando una señal, alguna huella en mi lenguaje que hubiese producido un desencuentro. (La sensibilidad de los poetas es como esas piezas de cristal que se rompen bajo las notas altas del tenor). De pronto, el silencio, cartas que naufragaron en el Atlántico, mis palabras estrelladas inútilmente en puertas sin destinatario. Pude guardar sus poemas, para recuperar su voz en necesaria intermitencia.

Si tú entras en el cuarto de este hombre
Huele a tierra húmeda con pétalos deshechos,
A tiempo acostado, a llaves mohosas.

Deambulé, con su libro bajo el brazo, por antesalas de editoriales chilenas, para recibir la falsa sonrisa de secretarias y burócratas, la engolada comunicación de directores esquivos, rechazando el texto con vanas promesas a cien años plazo.

Si tú cuando escribe una carta
Ves lo blanco del papel y lo negro de la tierra,
Todo cubierto por unos terrones muy oscuros,
Mesa y cama, como en un cuarto sin techo.

Busqué después a Efraín Barquero en los cafés de las ciudades, en rincones de bares secretos. A veces, preguntaba por él con su antiguo nombre curicano: Sergio Barahona, como si intentara engañar al tiempo, pero fue inútil… Nadie aceptaba conocerlo, ni menos saber su imposible paradero.

Estaba todo tan lleno de gente, pero no había
Nadie en esa espera del extranjero y su espera:
Anochecía, llovía, nevaba, transcurría afuera,
Pero adentro mendigaba el hombre en el tiempo
Envejeciendo en la fotografía de su rostro.

Viajé, sabiendo de ante mano que no lograría alcanzar su nuevo refugio. Pero, desde suelo gallego sería más fácil restablecer el contacto… Tarjetas postales, cartas, diarios y libros se fueron en acerados trenes para tocar o no la morada chilena en Aix-en-Provence:

Nos vamos de los lugares sin ganas de hacerlo
Y como pidiéndole a los seres y a los árboles
Que nos perdonen.

En las aldeas de Galicia tendría que aparecer Efraín Barquero, mimetizado con los paisanos, bebiendo su parloteo como quien traga una lenta lluvia. En el aire del norte, flujo de migraciones y abandonos, podría percibir el manar de sus poemas, rumor de huertos y utensilios, olor de campo y amaneceres del Sur.

Efraín regresó a Chile en 1992. Encontró un país hostil, muy distinto al que abandonó en 1974 rumbo al exilio. No logré reencontrarme con él. Supe de la presentación en Santiago de Chile de su poemario Mujeres de Oscuro. Llegué cuando el encuentro concluía y sólo pude alargarle mi libro recién editado, Entresiglos y Quimeras, con mis señas y una breve nota. Nada supe de él, salvo que regresó al poco tiempo a Aix-en-Provence, para volver a Chile al cabo de dos años y mantenerse aislado del mundo “social-literario”, buscando esa soledad de la creación poética, donde alcanzó, sin duda, esa recompensa de excelsitud estética que muy pocos creadores logran.

Efraín Barquero fue y será uno de los poetas más relevantes de la poesía chilena de la segunda mitad del siglo XX. Nació en el poblado campesino de Piedra Blanca, cerca de Constitución, en la Región del Maule, centro–sur de Chile, el 3 de mayo 1931, con el nombre de Sergio Efraín Barahona Jofré. En su poema La miel heredada, que el crítico Hernán Díaz Arrieta ‘Alone’ incluye en la antología Las 100 mejores poesías chilenas, canta el poeta: “Yo nací cuando ardían las fogatas de mayo/ y lo primero que recuerdo/ es la voz del río y de la tierra”. Fue Agregado Cultural en Colombia, bajo el gobierno democrático de Salvador Allende. Desde 1974, ha vivido entre Francia (Strasbourg; Aix-en-Provence) y el remoto e irreconocible Chile del miedo y del exilio.

Para Barquero, la actividad creadora tiene también un sentido religioso de acercamiento entre los seres humanos y debe conllevar una actitud moral ante la poesía, la crítica y el lector. Afirma el poeta: “Poetizar la trascendencia de los actos, de los vínculos, de los gestos, de los valores esenciales de la vida. Pero no sólo ‘poetizar’, sino también fundar un plano de existencia nueva, donde se dé a luz un hombre nuevo capaz de recuperar una esencia vital perdida en el universo”.

Habitante de remotos lugares campesinos del interminable territorio de Chile, el poeta Efraín Barquero nos confirma, a través de su poesía, el aserto de Neruda acerca de nuestra carencia de paisaje y exceso de panorama telúrico, donde el hombre exhibe una desolada pequeñez ante las fuerzas de la naturaleza.

De su primera producción poética, inmersa en el mundo social y sus conflictos, los que el poeta enfrentó, estéticamente hablando, con una poesía de reminiscencias épicas y de confianza en un porvenir socialista y revolucionario. Posteriormente iría desprendiéndose de un evidente influjo nerudiano, para alcanzar una voz propia, honda, arraigada a las voces de la tierra y a los apremios y desasosiegos de la condición humana.

Obra poética: La piedra del pueblo, La compañera y otros poemas, Enjambre, El pan del hombre, El viento de los reinos, Epifanías, El poema negro de Chile, Bandos marciales, La mesa de la tierra, El poema en el poema Mujeres de oscuro.

Pocos —muy pocos— como él, no sólo en Chile, sino en el universo de los poetas, han logrado alcanzar esa esencialidad de la palabra poética, desprovista de adornos, ajena a la retórica y a cierta ampulosidad difícil de superar cuando se maneja este castellano nuestro, pródigo en toda suerte de barroquismos arduos de elocuencia.

A la postre, tuve la fortuna de establecer ese contacto epistolar que atesoro como experiencia única de un largo caminar literario. Conocí el embrión de su libro Mujeres de oscuro, cuyas cuartillas iniciales pude leer mucho antes de ser publicadas. Asimismo, él me envió, como preciado regalo, los libros señeros de Gastón Bachelard, escritos en francés, cuya lectura enriquecería mi propio quehacer.

En Radio Universidad de Chile, por aquellos años, le dedicamos, junto a Juan Antonio Massone y Hernán Ortega, un programa, cuya cassette remitimos a su morada en el sur de Francia. De allí se inició un intercambio fructífero que siento hoy como el mejor vino de los sueños poéticos.

ESA EDAD MISTERIOSA

Esa edad misteriosa con abuelos y penumbras
ese mundo de cuero y de madera en que
vivimos antes.
Grande era la sombra del hombre subiéndose
al caballo
para llevar las mañanas más allá de los
crepúsculos.
Y las mujeres cruzando habitaciones
con pasos sin pisadas sobre tablas crujientes
y como llevando un traje negro sobre un traje
blanco.
No era la misma mujer afuera que adentro de
la casa.
Eran jóvenes sólo una vez en el rincón del
tiempo.
Jóvenes como son los lechos vestidos de
blanco
Y las ahogadas con hojas de sauce en los
cabellos.
Esa edad misteriosa en que vivimos antes.

Pero, Efraín Barquero ha callado. Ayer, 29 de junio de 2020, mientras permanecemos encerrados por la pandemia, Ximena Troncoso me da la triste noticia del viaje postrero del poeta, de su regreso definitivo a Piedra Blanca, Curicó, a la casa donde la abuela prodigaba: “el olor del pan y la manzana guardada”… Quizá ha vuelto, sin decírmelo, para reencontrar ese: «punto invisible que guía a las abejas/ donde… /han puesto el pan y el vino a nuestro alcance/ para que siempre te acuerdes al extender la mano/ que estás tocando la mano de todos los hombres».

***
* Escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano y, además, fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997, obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad, ejerce como director titular del diario Cine y Literatura.

Barquero: invitación al regreso

"Así como en el medioevo se pensaba que la oración de los monjes salvaba al mundo, mientras haya un poeta que le arranque versos al silencio, nada está perdido".

Resultado de imagen de EMOL + Chile- 2 de julio de 2020

Ha muerto uno de los más grandes poetas chilenos del siglo XX, Efraín Barquero. Uno de mis poetas más entrañables. Y digo “mi”, porque hay escritores con los que uno establece un vínculo interior parecido a la amistad o el amor. Uno conversa con ellos, uno escucha su voz dentro de uno, resonando en las capas más profundas de nuestro ser, desnudado pero también cubierto por esos versos, contenido y cuidado. Porque la poesía cuida y cura. Y particularmente la de Barquero, tan íntimamente ligada a la naturaleza como lugar de encuentro, epifanía y redención.

A los 16 años me encontré, al azar, con un libro con un título muy sencillo, “El pan del hombre, un título que remitía a ese vínculo fundamental entre el ser humano y el alimento, un vínculo que Barquero sacralizó, como casi todos los vínculos: el del hijo con el padre, con la madre, el del hombre con su “compañera”, el de los comensales con la mesa donde se reúnen a comer, el del fogón con la memoria. Yo era un niño urbano, con poco vínculo con el mundo rural chileno, de donde Barquero venía: leer sus versos despertó en mí una poderosa nostalgia del origen, del origen perdido. Sus poemas eran como salmodias de un rito del que yo me sentía inesperadamente parte: “como partir el pan y reunirlo/ se continúan los años de nosotros/ y la memoria que tenemos de los muertos/ se nos convierte en gozo blanco”. Son los primeros versos de El pan del hombre y se repiten solos dentro de mí como un mantram, como una forma de resistencia contra el desarraigo, un desarraigo del territorio, la provincia, la tierra. Todo un mundo cotidiano y sagrado devastado por un ‘desarrollo’ sin alma, que ha sometido el ritmo de la tierra y de los hombres a un ‘pensar calculante’, frío, impersonal, un mundo de abstracciones, donde nos olvidamos de cómo hacer el pan y cómo abrazarnos y encontrarnos en una simple mirada y un gesto. El mundo de la ‘obsolescencia programada’, donde hasta el ser humano va a ser reemplazado por máquinas o ‘inteligencias’ artificiales.

La poesía de Barquero, en cambio, es la manifestación más pura del ‘pensar meditativo’, ese que se detiene junto a las cosas y los otros, para mirarlos de verdad, no como números, sino como presencias vivas: “si amé la poesía fue porque creí en ustedes/ porque quise hacer de lo disperso una sola unidad”, dijo Barquero. La vida es revelada en sus versos como una gran unidad, en que el ser humano y las cosas y los elementos se encuentran y se desencuentran, desaparecen y regresan. No es el individuo de Parra, solo en un soliloquio que termina en el absurdo, sino el hombre ligado a los otros en una gran comunidad que reúne al ser humano con sus antepasados, sus prójimos y las cosas (el pan, el fogón, la mesa) que también están tan vivas como él. En un tiempo donde lo artificial y artificioso brillan más que lo genuino y natural, leer a Barquero es recibir una bocanada de aire puro de un mundo primordial del que nos hemos alejado, pagando un alto costo personal y colectivo: “que otros se dejen arrebatar por las cosas hechizas/ yo pienso en el trabajo hecho por el buen utensilio/ de mango suavizado por el amor más durable”.

Lo visité, hace un año (o más) en su departamento, en Santiago, y lo sentí como un “insiliado” en la ciudad. Ahí, me contó que se despertaba todos los días, en la madrugada, para “esperar” la llegada del poema. Me conmovió la gratuidad de esa espera, y tuve la sensación de que, así como en el medioevo se pensaba que la oración de los monjes salvaba al mundo, mientras haya un poeta que le arranque versos al silencio, nada está perdido. Dijo Barquero: “marchamos hacia el caos, porque el hombre ha roto un orden fundamental, ha quemado todas sus naves, y debe regresar”. ¡Cómo resuenan hoy esas palabras (dichas en 1970) y cuán fundamentales son los poetas para darle un sentido a esta crisis! Para no olvidar que también “poéticamente” (y no sólo económica y políticamente) habita el hombre sobre la tierra…

Fallecimiento de escritor Efraín Barquero



“Es un poeta de la verdad. Su canto de hoy, matutino, se impondrá con sonora certeza”, dijo de él, Pablo Neruda.

- 02/07/2020

La ministra de las Culturas, Consuelo Valdés, informó del fallecimiento del poeta y escritor chileno Efraín Barquero, parte de la llamada generación literaria de 1950.

Barquero, de 89 años, nacido en Piedra Blanca, Teno, estudió en el Liceo de Talca, para luego cursar la carrera de Derecho de la Universidad de Chile, y Pedagogía en Castellano en el Instituto Pedagógico.

Publicó su primer libro, La piedra del pueblo, en 1954, que contó con Pablo Neruda en su prólogo. “Efraín Barquero es un poeta de la verdad. Su canto de hoy, matutino, se impondrá con sonora certeza. En su destino hay aguas y hojas, fulgor y amor, combate”, señala el apartado redactado por el Premio Nobel.

Entre sus obras destacan La compañera (1956) y El viento de los reinos (1967). Nacido en 1931, el escritor también tuvo una carrera diplomática, siendo agregado cultural en Colombia, durante el gobierno del presidente Salvador Allende.

Luego, en el exilio, tras el golpe de Estado de 1973, Barquero continuó su trabajo en el extranjero, principalmente en Francia, donde escribió A deshora (1979-1985) –publicado en Chile en 1992–, al igual que Mujeres de oscuro y El viejo y el niño.

Después de un fallido intento de regreso a Chile, en 1998, el escritor volvió a partir en 2002, nuevamente a Francia; pero, antes de ello publicó La mesa de la tierra, libro con el que obtuvo el Premio Municipal de Literatura, en 1999.

Sergio Efraín Barquero Jofré fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (2008).

CANTO A ESTA MUJER
Canto a esta mujer que me acompaña
hija, hermana y madre ella misma,
tierra de donde me alzo al sol primero
y después dulzura que llena mis frutos.
Canto a esta mujer que está en silencio
como millares de hijos en el vientre,
pero que silenciosa viene y va
más liviana que un pájaro en el viento.
Canto a esta mujer que está tejiendo,
a esta otra que está amamantando,
canto en ellas a la fertilidad
y a la eternidad de mis huesos en la tierra.
Canto a esta mujer que ahí me espera
como puerta en la inmensidad del mundo,
a estos cabellos donde se enreda el viento
que empuja nuestras banderas al combate.
Canto a esta mujer de larga cabellera
y a estos de donde nace el agua,
canto a su sexo de donde volveré a nacer
y a su sangre que regará sin término.
Canto a esta mujer que me acompaña
con los senos henchidos por mi anhelo.
Canto a esta mujer, todas las mujeres,
y dejo la esperanza perseguida del hombre
en la tierra sagrada de sus vientres.
MC0014957









CUBA   ES  INVENCIBLE  Mr.  Trump no podrás con ella.     
















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