Efraín Barquero (1931 – 2020):
Adiós al poeta de la tierra
telúrica
Este lunes 29 de
junio, en silencio, con tranquilidad y la elegancia que le eran
características, abandonó el escenario del campo mojado y el frío claro de su
Maule natal, el poeta que, también sin estruendo, se quedara con el Premio
Nacional de Literatura correspondiente a un a la vez cercano y lejano año 2008.
Edmundo Moure
Rojas*
- 30.06.2020
«Un hombre es desterrado a perpetuidad
y sale con un pedazo de su cuerpo
a vivir en la otra orilla del mundo
a donde solo llega la voz de sus muertos».
Efraín Barquero
y sale con un pedazo de su cuerpo
a vivir en la otra orilla del mundo
a donde solo llega la voz de sus muertos».
Efraín Barquero
Por distintos caminos y en
diversos lugares he buscado al poeta de los lares, a Efraín Barquero, nuestro
cantor campesino de Chile, hijo de la tierra y del pan temprano de Piedra
Blanca.
Hacía 46 años
que había partido, desde su casa rural en Lo Gallardo, con una raída maleta en
la que llevaba sus libros más queridos y algunos sueños que le nacieron: «a
través del humo y la niebla, cubriéndole la boca, palpándose el rostro,
alisando los bordes del silencio enterrado”.
Anduvo por
oscuros países, hasta inaugurar una modesta casa en Estrasburgo, donde esparció
su olor de boldos y las fragancias de Chile que había escondido en el mejor
rincón de sí mismo. De allí me llegaron sus primeras noticias, una carta suya
que se aromaba con la palabra esperanza. Después, muchas otras, nuestra
correspondencia que iba y venía, «con las alas plegadas y la dirección en
medio». Recibí su libro inédito, Los allases, que luego iba a devenir
en Mujeres de negro, testimonio
de un «desterronado», como él da en llamarse, regalo que yo no esperaba:
un gran sobre de correos, como esos paquetes pueblerinos, en gruesas hojas con
las que se envuelven los quesos de cabra o las tortillas de rescoldo de los
fieles braseros del sur.
Mi amigo y
compañero de la Sociedad de Escritores de Chile, Raúl Mellado, me había
entregado, un poco a regañadientes, en octubre de 1982, la dirección del poeta,
pues siempre fue un hombre muy reservado y celoso de su intimidad.
Meses más tarde,
las cartas comenzaron a remitirse desde Aix–en–Provence, pues Efraín y los
suyos huyeron del frío y la nieve al templado sur, donde otra casa se abriría
con parecidas ilusiones: «sonriendo con cansancio a los frutos amarillos/
como si quisiera esconder algo bajo la tierra/ del mismo color que sus
recuerdos».
Algo ocurrió en
las palabras de nuestra correspondencia, pero nunca lo supe, releí mis
epístolas, buscando una señal, alguna huella en mi lenguaje que hubiese
producido un desencuentro. (La sensibilidad
de los poetas es como esas piezas de cristal que se rompen bajo las notas altas
del tenor). De pronto, el
silencio, cartas que naufragaron en el Atlántico, mis palabras estrelladas
inútilmente en puertas sin destinatario. Pude guardar sus poemas, para
recuperar su voz en necesaria intermitencia.
Si tú entras en
el cuarto de este hombre
Huele a tierra húmeda con pétalos deshechos,
A tiempo acostado, a llaves mohosas.
Huele a tierra húmeda con pétalos deshechos,
A tiempo acostado, a llaves mohosas.
Deambulé, con su
libro bajo el brazo, por antesalas de editoriales chilenas, para recibir la
falsa sonrisa de secretarias y burócratas, la engolada comunicación de
directores esquivos, rechazando el texto con vanas promesas a cien años plazo.
Si tú cuando
escribe una carta
Ves lo blanco del papel y lo negro de la tierra,
Todo cubierto por unos terrones muy oscuros,
Mesa y cama, como en un cuarto sin techo.
Ves lo blanco del papel y lo negro de la tierra,
Todo cubierto por unos terrones muy oscuros,
Mesa y cama, como en un cuarto sin techo.
Busqué después a
Efraín Barquero en los cafés de las ciudades, en rincones de bares secretos. A
veces, preguntaba por él con su antiguo nombre curicano: Sergio Barahona, como
si intentara engañar al tiempo, pero fue inútil… Nadie aceptaba conocerlo, ni
menos saber su imposible paradero.
Estaba todo tan
lleno de gente, pero no había
Nadie en esa espera del extranjero y su espera:
Anochecía, llovía, nevaba, transcurría afuera,
Pero adentro mendigaba el hombre en el tiempo
Envejeciendo en la fotografía de su rostro.
Nadie en esa espera del extranjero y su espera:
Anochecía, llovía, nevaba, transcurría afuera,
Pero adentro mendigaba el hombre en el tiempo
Envejeciendo en la fotografía de su rostro.
Viajé, sabiendo
de ante mano que no lograría alcanzar su nuevo refugio. Pero, desde suelo
gallego sería más fácil restablecer el contacto… Tarjetas postales, cartas,
diarios y libros se fueron en acerados trenes para tocar o no la morada chilena
en Aix-en-Provence:
Nos vamos de los
lugares sin ganas de hacerlo
Y como pidiéndole a los seres y a los árboles
Que nos perdonen.
Y como pidiéndole a los seres y a los árboles
Que nos perdonen.
En las aldeas de
Galicia tendría que aparecer Efraín Barquero, mimetizado con los paisanos,
bebiendo su parloteo como quien traga una lenta lluvia. En el aire del norte,
flujo de migraciones y abandonos, podría percibir el manar de sus poemas, rumor
de huertos y utensilios, olor de campo y amaneceres del Sur.
Efraín regresó a
Chile en 1992. Encontró un país hostil, muy distinto al que abandonó en 1974
rumbo al exilio. No logré reencontrarme con él. Supe de la presentación en
Santiago de Chile de su poemario Mujeres
de Oscuro. Llegué cuando el encuentro concluía y sólo pude alargarle mi
libro recién editado, Entresiglos y Quimeras, con mis señas y una breve nota. Nada supe de
él, salvo que regresó al poco tiempo a Aix-en-Provence, para volver a Chile al
cabo de dos años y mantenerse aislado del mundo “social-literario”,
buscando esa soledad de la creación poética, donde alcanzó, sin duda, esa
recompensa de excelsitud estética que muy pocos creadores logran.
Efraín Barquero
fue y será uno de los poetas más relevantes de la poesía chilena de la segunda
mitad del siglo XX. Nació en el poblado campesino de Piedra Blanca, cerca de
Constitución, en la Región del Maule, centro–sur de Chile, el 3 de mayo 1931,
con el nombre de Sergio Efraín Barahona Jofré. En su poema La miel heredada, que el crítico
Hernán Díaz Arrieta ‘Alone’ incluye en la antología Las 100 mejores
poesías chilenas, canta el poeta: “Yo nací cuando ardían las fogatas de mayo/ y lo
primero que recuerdo/ es la voz del río y de la tierra”. Fue Agregado
Cultural en Colombia, bajo el gobierno democrático de Salvador Allende. Desde
1974, ha vivido entre Francia (Strasbourg; Aix-en-Provence) y el remoto e irreconocible Chile del miedo y del exilio.
Para Barquero,
la actividad creadora tiene también un sentido religioso de acercamiento entre
los seres humanos y debe conllevar una actitud moral ante la poesía, la crítica
y el lector. Afirma el poeta: “Poetizar la trascendencia de los actos, de
los vínculos, de los gestos, de los valores esenciales de la vida. Pero no sólo
‘poetizar’, sino también fundar un plano de existencia nueva, donde se
dé a luz un hombre nuevo capaz de recuperar una esencia vital perdida en el
universo”.
Habitante de
remotos lugares campesinos del interminable territorio de Chile, el poeta
Efraín Barquero nos confirma, a través de su poesía, el aserto de Neruda acerca
de nuestra carencia de paisaje y exceso de panorama telúrico, donde el hombre
exhibe una desolada pequeñez ante las fuerzas de la naturaleza.
De su primera
producción poética, inmersa en el mundo social y sus conflictos, los que el
poeta enfrentó, estéticamente hablando, con una poesía de reminiscencias épicas
y de confianza en un porvenir socialista y revolucionario. Posteriormente iría
desprendiéndose de un evidente influjo nerudiano, para alcanzar una voz propia,
honda, arraigada a las voces de la tierra y a los apremios y desasosiegos de la
condición humana.
Obra
poética: La piedra del pueblo, La compañera y
otros poemas, Enjambre, El pan del
hombre, El viento de los reinos, Epifanías, El poema negro
de Chile, Bandos marciales, La mesa de la tierra, El poema en el
poema y Mujeres de oscuro.
Pocos —muy
pocos— como él, no sólo en Chile, sino en el universo de los poetas, han
logrado alcanzar esa esencialidad de la palabra poética, desprovista de
adornos, ajena a la retórica y a cierta ampulosidad difícil de superar cuando
se maneja este castellano nuestro, pródigo en toda suerte de barroquismos
arduos de elocuencia.
A la postre,
tuve la fortuna de establecer ese contacto epistolar que atesoro como
experiencia única de un largo caminar literario. Conocí el embrión de su
libro Mujeres de oscuro, cuyas cuartillas iniciales pude leer mucho antes de ser publicadas.
Asimismo, él me envió, como preciado regalo, los libros señeros de Gastón
Bachelard, escritos en francés, cuya lectura enriquecería mi propio quehacer.
En Radio Universidad de Chile, por aquellos años, le
dedicamos, junto a Juan Antonio Massone y Hernán Ortega, un programa,
cuya cassette remitimos a su morada en el
sur de Francia. De allí se inició un intercambio fructífero que siento hoy como
el mejor vino de los sueños poéticos.
ESA EDAD
MISTERIOSA
Esa edad
misteriosa con abuelos y penumbras
ese mundo de cuero y de madera en que
vivimos antes.
Grande era la sombra del hombre subiéndose
al caballo
para llevar las mañanas más allá de los
crepúsculos.
Y las mujeres cruzando habitaciones
con pasos sin pisadas sobre tablas crujientes
y como llevando un traje negro sobre un traje
blanco.
No era la misma mujer afuera que adentro de
la casa.
Eran jóvenes sólo una vez en el rincón del
tiempo.
Jóvenes como son los lechos vestidos de
blanco
Y las ahogadas con hojas de sauce en los
cabellos.
Esa edad misteriosa en que vivimos antes.
ese mundo de cuero y de madera en que
vivimos antes.
Grande era la sombra del hombre subiéndose
al caballo
para llevar las mañanas más allá de los
crepúsculos.
Y las mujeres cruzando habitaciones
con pasos sin pisadas sobre tablas crujientes
y como llevando un traje negro sobre un traje
blanco.
No era la misma mujer afuera que adentro de
la casa.
Eran jóvenes sólo una vez en el rincón del
tiempo.
Jóvenes como son los lechos vestidos de
blanco
Y las ahogadas con hojas de sauce en los
cabellos.
Esa edad misteriosa en que vivimos antes.
Pero, Efraín
Barquero ha callado. Ayer, 29 de junio de 2020, mientras permanecemos
encerrados por la pandemia, Ximena Troncoso me da la triste noticia del viaje
postrero del poeta, de su regreso definitivo a Piedra Blanca, Curicó, a la casa
donde la abuela prodigaba: “el olor del pan y la manzana guardada”…
Quizá ha vuelto, sin decírmelo, para reencontrar ese: «punto invisible que
guía a las abejas/ donde… /han puesto el pan y el vino a nuestro alcance/ para
que siempre te acuerdes al extender la mano/ que estás tocando la mano de todos
los hombres».
***
* Escritor, poeta y cronista, asumió como
presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) en 1989, luego del mandato
democrático de Poli Délano y, además, fue el gestor y fundador del Centro de
Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de
Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once
años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos
en Europa. En 1997, obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y
Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad, ejerce como director titular del diario Cine y Literatura.
Barquero: invitación al
regreso
"Así como en el
medioevo se pensaba que la oración de los monjes salvaba al mundo, mientras
haya un poeta que le arranque versos al silencio, nada está perdido".
Ha muerto uno de los más grandes poetas
chilenos del siglo XX, Efraín Barquero. Uno de mis poetas más entrañables. Y
digo “mi”, porque hay escritores con los que uno establece un vínculo
interior parecido a la amistad o el amor. Uno conversa con ellos, uno escucha
su voz dentro de uno, resonando en las capas más profundas de nuestro ser,
desnudado pero también cubierto por esos versos, contenido y cuidado. Porque la
poesía cuida y cura. Y particularmente la de Barquero, tan íntimamente ligada a
la naturaleza como lugar de encuentro, epifanía y redención.
A los 16 años me encontré, al azar, con un
libro con un título muy sencillo, “El pan
del hombre, un título que remitía a ese vínculo fundamental entre el ser
humano y el alimento, un vínculo que Barquero sacralizó, como casi todos los
vínculos: el del hijo con el padre, con la madre, el del hombre con su “compañera”,
el de los comensales con la mesa donde se reúnen a comer, el del fogón con la
memoria. Yo era un niño urbano, con poco vínculo con el mundo rural chileno, de
donde Barquero venía: leer sus versos despertó en mí una poderosa nostalgia del
origen, del origen perdido. Sus poemas eran como salmodias de un rito del que
yo me sentía inesperadamente parte: “como partir el pan y reunirlo/ se
continúan los años de nosotros/ y la memoria que tenemos de los muertos/ se nos
convierte en gozo blanco”. Son los primeros versos de El pan del hombre y se repiten solos
dentro de mí como un mantram, como una forma de resistencia contra el
desarraigo, un desarraigo del territorio, la provincia, la tierra. Todo un
mundo cotidiano y sagrado devastado por un ‘desarrollo’ sin alma, que ha
sometido el ritmo de la tierra y de los hombres a un ‘pensar calculante’, frío,
impersonal, un mundo de abstracciones, donde nos olvidamos de cómo hacer el pan
y cómo abrazarnos y encontrarnos en una simple mirada y un gesto. El mundo de
la ‘obsolescencia programada’, donde hasta el ser humano va a ser reemplazado
por máquinas o ‘inteligencias’ artificiales.
La poesía de Barquero, en cambio, es la
manifestación más pura del ‘pensar meditativo’, ese que se detiene junto a las
cosas y los otros, para mirarlos de verdad, no como números, sino como
presencias vivas: “si amé la poesía fue porque creí en ustedes/ porque quise
hacer de lo disperso una sola unidad”, dijo Barquero. La vida es revelada
en sus versos como una gran unidad, en que el ser humano y las cosas y los
elementos se encuentran y se desencuentran, desaparecen y regresan. No es el
individuo de Parra, solo en un soliloquio que termina en el absurdo, sino el
hombre ligado a los otros en una gran comunidad que reúne al ser humano con sus
antepasados, sus prójimos y las cosas (el pan, el fogón, la mesa) que también están tan vivas como él. En un
tiempo donde lo artificial y artificioso brillan más que lo genuino y natural,
leer a Barquero es recibir una bocanada de aire puro de un mundo primordial del
que nos hemos alejado, pagando un alto costo personal y colectivo: “que
otros se dejen arrebatar por las cosas hechizas/ yo pienso en el trabajo hecho
por el buen utensilio/ de mango suavizado por el amor más durable”.
Lo visité, hace un año (o más) en su departamento, en Santiago, y lo sentí
como un “insiliado” en la ciudad. Ahí, me contó que se despertaba todos
los días, en la madrugada, para “esperar” la llegada del poema. Me
conmovió la gratuidad de esa espera, y tuve la sensación de que, así como en el
medioevo se pensaba que la oración de los monjes salvaba al mundo, mientras
haya un poeta que le arranque versos al silencio, nada está perdido. Dijo
Barquero: “marchamos hacia el caos, porque el hombre ha roto un orden
fundamental, ha quemado todas sus naves, y debe regresar”. ¡Cómo resuenan
hoy esas palabras (dichas en 1970) y cuán fundamentales son los poetas para darle un
sentido a esta crisis! Para no olvidar que también “poéticamente” (y no sólo
económica y políticamente) habita el
hombre sobre la tierra…
Fallecimiento de escritor Efraín Barquero
“Es un poeta de la verdad. Su canto de hoy,
matutino, se impondrá con sonora certeza”, dijo de él, Pablo Neruda.
La ministra de las Culturas, Consuelo
Valdés, informó del fallecimiento del poeta y escritor chileno Efraín Barquero,
parte de la llamada generación literaria de 1950.
Barquero, de 89 años, nacido en Piedra
Blanca, Teno, estudió en el Liceo de Talca, para luego cursar la carrera de
Derecho de la Universidad de Chile, y Pedagogía en Castellano en el Instituto
Pedagógico.
Publicó su primer libro, La piedra del pueblo, en 1954, que
contó con Pablo Neruda en su prólogo. “Efraín Barquero es un poeta de la
verdad. Su canto de hoy, matutino, se impondrá con sonora certeza. En su
destino hay aguas y hojas, fulgor y amor, combate”, señala el apartado
redactado por el Premio Nobel.
Entre sus obras destacan La compañera (1956) y El viento
de los reinos (1967). Nacido en 1931, el
escritor también tuvo una carrera diplomática, siendo agregado cultural en
Colombia, durante el gobierno del presidente Salvador Allende.
Luego, en el exilio, tras el golpe de
Estado de 1973, Barquero continuó su trabajo en el extranjero, principalmente
en Francia, donde escribió A deshora
(1979-1985) –publicado en Chile en 1992–, al igual que Mujeres de oscuro y El
viejo y el niño.
Después de un fallido intento de regreso a
Chile, en 1998, el escritor volvió a partir en 2002, nuevamente a Francia;
pero, antes de ello publicó La mesa de la
tierra, libro con el que obtuvo el Premio Municipal de Literatura, en
1999.
Sergio Efraín Barquero Jofré fue
galardonado con el Premio Nacional de Literatura (2008).
CANTO A ESTA MUJER
Canto a
esta mujer que me acompaña
hija, hermana y madre ella misma,
tierra de donde me alzo al sol primero
y después dulzura que llena mis frutos.
hija, hermana y madre ella misma,
tierra de donde me alzo al sol primero
y después dulzura que llena mis frutos.
Canto a
esta mujer que está en silencio
como millares de hijos en el vientre,
pero que silenciosa viene y va
más liviana que un pájaro en el viento.
como millares de hijos en el vientre,
pero que silenciosa viene y va
más liviana que un pájaro en el viento.
Canto a
esta mujer que está tejiendo,
a esta otra que está amamantando,
canto en ellas a la fertilidad
y a la eternidad de mis huesos en la tierra.
a esta otra que está amamantando,
canto en ellas a la fertilidad
y a la eternidad de mis huesos en la tierra.
Canto a
esta mujer que ahí me espera
como puerta en la inmensidad del mundo,
a estos cabellos donde se enreda el viento
que empuja nuestras banderas al combate.
como puerta en la inmensidad del mundo,
a estos cabellos donde se enreda el viento
que empuja nuestras banderas al combate.
Canto a
esta mujer de larga cabellera
y a estos de donde nace el agua,
canto a su sexo de donde volveré a nacer
y a su sangre que regará sin término.
y a estos de donde nace el agua,
canto a su sexo de donde volveré a nacer
y a su sangre que regará sin término.
Canto a
esta mujer que me acompaña
con los senos henchidos por mi anhelo.
Canto a esta mujer, todas las mujeres,
y dejo la esperanza perseguida del hombre
en la tierra sagrada de sus vientres.
con los senos henchidos por mi anhelo.
Canto a esta mujer, todas las mujeres,
y dejo la esperanza perseguida del hombre
en la tierra sagrada de sus vientres.
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