miércoles, 1 de julio de 2020

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¿Y por qué nadie habla de esto en Chile ni en ARGENTINA ?

Odette Yidi David, cofundadora y directora ejecutiva del Instituto de Cultura Árabe de Colombia
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En el mes de julio y según el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, el 30 por ciento de Cisjordania (incluyendo los asentamientos ilegales ante el Derecho Internacional y el Valle del Jordán por sus preciados recursos acuíferos), será “anexada” a Israel. En realidad, este movimiento busca ‘normalizar’ la situación sobre el terreno, y logrará, sin duda, consolidar la realidad de apartheid en la que viven los palestinos en Cisjordania. Y, para muchos palestinos que están en la diáspora, el riesgo de perder sus tierras, sin poder hacer nada, es inminente.

Además, se incrementarán los palestinos desplazados y los refugiados, que totalizan ya 5.4 millones registrado en la UNRWA [United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East, Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo], es decir, un cuarto de la población refugiada a nivel mundial.

Entonces, ¿por qué ningún medio habla de esto? ¿Y por qué, si hablan de esto, hacen parecer a las víctimas (los palestinos) como los victimarios? (Nota: Verbo “anexar” entre comillas, porque es intercambiable con “colonizar”).

Sí, leyó bien. Colonizar. Es algo que nosotros desde América Latina (término bastante colonial, también) conocemos y cuyas secuelas vivimos a diario. Pero, al mismo tiempo, creemos que el colonialismo fue algo que quedó en el pasado, en los museos y en los libros. No nos hemos dado la oportunidad de entender el caso/caos de Palestina–Israel desde esta perspectiva, y es que ¿cómo, en este siglo, podría pasar algo así?’

Para ser claros: la situación en Palestina no es un conflicto entre dos partes iguales; no es la realización de la “Palabra y Plan de Dios”; no está escrito y descrito en La Biblia; no es David contra Goliat; no es un choque de civilizaciones; no es un conflicto ancestral; no son “árabes contra judíos”; no es la “lucha por La Tierra Prometida”; y no es una “lucha contra el terrorismo global”.

La situación de Palestina es una y sólo una realidad: colonización de pobladores, o settler colonialism, en inglés. Estamos viendo desarrollarse, frente a nuestros velados ojos, un genocidio, etnocidio y una limpieza étnica que, hasta el momento, ha permanecido impune. Y en eso, todos somos cómplices.

Sin querer entrar en detalles, porque el tiempo apremia, vamos a definir brevemente qué es “colonización de pobladores”. (Y el tiempo apremia, pues el mundo está pasivo –y en mitad de una pandemia–, a la espera de ver cómo en el mes de julio y de manera televisada, se colonizan territorios en tiempo real, en pleno siglo XXI, con todo el costo humano, histórico, social, económico y político que esto implica para esta y las próximas generaciones).

De manera muy resumida, la “colonización de pobladores” es un tipo de colonialismo que se basa en reemplazar al pueblo indígena/nativo con una nueva población que, con el tiempo, desarrolla una identidad distintiva, soberanía y sistema económico sobre el territorio colonizado. Este proceso necesita la eliminación de la población indígena, su identidad, y el control de sus tierras y recursos; y se sostiene con la construcción de estructuras de poder y narrativas sociales específicas. Algunos famosos ejemplos de este tipo de colonialismo son Canadá y Australia.

Después de esta definición, seguramente podremos entender por qué nunca ha tenido éxito un “proceso/acuerdo/diálogo de paz” entre palestinos e israelíes. Reiteramos la razón: en un plan/proyecto colonial, nunca (léase con énfasis) el poder colonial ha tenido la intención de devolver las tierras que coloniza o suspender su plan colonizador.

Para solidificar la autoridad y defensa de los territorios colonizados, la fortaleza militar del poder colonial juega un papel central; pero, por sobre todo, también es vital la impunidad y el permiso social (mundial) con el que puede realizar estas acciones que, hechas por otros actores del sistema internacional menos fuertes o menos populares, fuesen completamente condenables, reprochables y altamente sancionables.

Y es, así, como somos todos cómplices. Es cómplice el silencio mediático y la permisividad social mundial; la falta de condena pública; y la falta de empatía y valentía para repensar lo que se nos ha enseñado sobre este ‘conflicto’. Tenemos la misión pendiente de reeducarnos sobre la situación de Palestina, lejos de eslóganes/fanatismos religiosos u orientaciones políticas que desvían la conversación real.

Aparte del poderío militar y la fabricada imagen internacional de víctima, hay que sumarle la campaña para deshumanizar al enemigo. Así es como, para muchos, en el caso de Palestina/Israel, las víctimas de la colonización (los palestinos) son vistos como los victimarios. Hagamos el ejercicio: piense en un palestino. Seguramente la imagen del palestino incluye escenas de terrorismo. Y, así es como hemos caído en la trampa orientalista, que vilifica y vilipendia, y logra la esencialización de un pueblo entero en su lucha anti-colonial.

Pensamos que las vidas de los palestinos (árabes, en general y musulmanes, también) son prescindibles; no las necesitamos ni las queremos, es más; entre más subyugados y controlados estén, mejor. Y los palestinos, al no considerarlos como recipientes de los mismos derechos que nosotros gozamos como los ‘occidentales civilizados’ que somos, no necesitan ni merecen sus tierras ancestrales, ni tampoco nuestra empatía. Israel, entonces, puede y debe colonizar sus tierras (y ya lo ha hecho, con vía libre durante el siglo pasado y el actual), hasta en medio de una pandemia. Y, así trabaja la colonización de pobladores: más tierras, menos nativos.

Mientras la pandemia avanza, Israel también avanza con el plan: un plan que, por supuesto, no es nuevo, pero tampoco es ‘bíblico’, pues nace con los albores del sionismo, allá en la Europa oriental del siglo XIX. Nuestra responsabilidad colectiva, con respecto a Palestina, es grande; lo es todo. Los palestinos solos no pueden, y el sionismo solo, no quiere. La presión internacional, por ejemplo, coadyuvó a terminar el régimen del apartheid en Sudáfrica. Las protestas globales, hoy, han obligado a repensar y actuar en contra el nocivo racismo estructural, si bien un poco tarde. No cometamos el mismo error. Es tiempo para Palestina.

En unos cincuenta años, durante probables nuevas olas de protesta en contra del racismo y en pro de la Justicia, cuándo nos pregunten críticamente cómo permitimos esta ignominia llamada anexión/colonización en el 2020, ojalá que nuestra respuesta no sea: “No quisimos saber”.

Fuente: Zona Cero




La colonia judía Har Homa, construida en Jabal Abu Ghneim, en tierras de Beit Sahour (Belén).



En rojo la frase traidora y miserable del periodista Jorge Lanata en un libro que se vende en Londres y en el aeropuerto de Islas Malvinas. 




















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