A m i g u i t o s por Eladio González toto (el cristiano)
Hace sesenta y siete años yo usaba pantalón corto y tenía un gran amigo inteligente, rubio, flaco, bueno.
Él escribía extrañamente de derecha a izquierda. Nunca entendí ni una de las palabras esas que dibujaba. Los padres (hermosos ambos) tenían, ella una mercería en la calle Bartolomé Mitre junto a Casa La Mota (la que alquilaba disfraces) y él un local de venta de telas por el Once. Tenía más hermanas que yo (creo recordar que cuatro) y a las únicas que no llevaba de la mano ó en hombro era a las mayores que él.
Salomón Bergman mi amigo estudiaba pero cuando llegaba la hora de jugar proponía cosas insólitas que fueron aceptadas por mí y mi madre que nos permitió usar el sótano del local, de la empresa de mudanzas de mis padres, en el que ella atendía diligentemente al público. Allí inventamos batallas y guerras con fusiles de madera y en cierta forma las concretamos, cuando logré que me regalaran unos guantes de boxeo.
Si Salomón por sus estudios ó por atender a sus hermanitas menores no podía venir a jugar, yo usaba como sparring a mi hermana Angélica, que era mayor en edad pero de mi misma altura y como no existía la llamada de auxilio, que proponía Eva Giberti para que el gobierno te envíe una brigada que contenga al violento familiar, yo descargaba mis problemas psicológicos en mi pobre hermanita jugando a los puñetazos. Pero además en ese sótano de la calle Montevideo 353, entre Corrientes y Sarmiento funcionó un Teatro de Títeres que dió solo una función.
Es que Salomón el judío era emprendedor y nada le arredraba. Me llevó por calles que yo nunca había conocido, nos metimos al fondo de corredores donde alguien vendía calabazas secas como mates. Compró una docena, luego en el sótano guiándome rompimos en pedacitos muchos diarios en un balde de agua, tras agregar harina nos quedó una masa como si fuera masilla con la que cubrimos cada mate y pudimos agregarle orejas, nariz, ojos saltones, labios y peinados diferentes. El judío me enseñó a coser los trajecitos de los títeres y a pintar con acuarela las caras que habíamos esculpido.
El cerebro era judío, no de los títeres sino de mi amigo y yo como cristiano bruto hijo de gallego, venía a ser la “mano de obra barata” de aquella época, en que no existía la TV en Argentina, y que por la radio (durante un discurso en directo de Juan Domingo Perón que era el Presidente de la Nación) se pudo oir clarito el estruendo producido por el estallido de una bomba, que terroristas habían colocado en el subterráneo de Plaza de Mayo y mató e hirió a varios militantes o casuales transeúntes.
Otro día Salomón me llevó a una carpintería, salimos con listones larguísimos, y paneles de hardboard, clavos, martillo, serrucho y un plano dibujado por el que guiándonos cortamos y unimos los listones, para cubrir esos tres enormes marcos que cubiertos por los paneles conformaron, unidos por bisagras el pequeño receptáculo desde donde nosotros dos codo a codo, nos turnábamos en pronunciar con voces fingidas las frases que el guión teatral (que mi amigo había conseguido) nos marcaba.
Me instó a memorizar el texto de los diálogos, aprendí a reemplazar los decorados que eran cartulinas pintadas con paisajes ó edificaciones, fuertes, casas, lagos etc. que colgaban de palos de escoba convenientemente apoyados sobre los dos marcos laterales del teatrito y que movíamos a medida que avanzaban los actos de la obra.
Nuestros pequeños brazos en alto para que sobre el borde del “escenario” conformado por el gran panel central el público pudiera disfrutar la obra de títeres.
Un velador dentro del cubículo proveyó la iluminación, cuando Salomón instaló después de coserlas (él mismo) las dos cortinitas del “Telón” y me invitó a tirar del hilo, me dí cuenta que tenía un amigo sabio. Las cortinas se abrían o cerraban de acuerdo a cual de los dos hilos yo tirara. Para un hijo de gallego y poco lúcido como yo eso era magia pura.
Practicamos mucho, invitamos a muchos y un bendito día en ese sótano (under) se estrenó la obrita. Los dos titiriteros fueron muy felices de representarla, aunque nadie les vió la cara mientras manejaban a los diferentes títeres de guante, el vestidito era el guante, nuestro dedo índice sostenía la cabecita, mate, calabaza del títere y nuestros dedos pulgar y mayor, cubiertos por las manguitas del traje se movían para abrir y cerrar esos bracitos de ilusión.
Teatro de Títeres “El enanito” así lo bauticé pues teníamos en casa un enano de jardín de cemento, (nosotros que no teníamos jardín) y le dí utilidad como “logo” de nuestro emprendimiento cultural. ¡ cuánto entusiasmo al hacer todo ! ¡ como disfruta un niño creando !. Hasta golosinas compramos en el kiosco de enfrente, algunas pastillas, algún chocolatín y los revendimos a nuestra clientela cautiva, ganando unos centavos. Ahí asomaba mi veta cristiana de ambicioso capitalista.
No recuerdo muchos adultos en la representación, niños serían diez, la que no pudo evitar venir (o realmente disfrutaba haciéndolo) fue la muchacha provinciana goy que planchaba, limpiaba y cuidaba a las hermanitas de Salomón.
Hermosa persona ella, no recuerdo su nombre pero si el respeto y cariño que demostró nos tenía, al asistir.
A la semana íbamos a dar la segunda función pero el niño propone y Dios dispone.
Porque mi abuelo Tomás Rodríguez, que acostumbraba hospedarse uno o dos días en casa de cada una de sus dos hijas mujeres, se murió de un infarto durmiendo en nuestro comedor, una noche antes de la segunda función.
El velorio también fué en el comedor, así se usaba en la antigüedad, el muerto exhibido donde había vivido, en nuestra casa.
Yo no lloré, mis primitos Norma y Rodolfo Herrero sí.
No se si yo era “un duro” o débil mental, pero ahora soy viejo y no pienso ir a un psicólogo de OSDE a averiguar eso. Sería hacerle daño al psicólogo y hay que respetar al semejante.
Eso sí, si me muero y no lloran mucho mis nueve nietos, ni se arrancan los cabellos por la tragedia, o usan luto por un año entero …. ¡ los mato !
Fue una sola función pero muy linda, más adelante Salomón volvió a sacarme de la ignorancia enseñándome a revelar fotos, asi que la fotografía entró en mi vida para bien. Este judío sabía de todo, ganó premios con sus fotos en el Club Gimnasia y Esgrima del que ambos eramos socios y ya nos distanciamos en la vida.
Años después en una sinagoga de la calle Paso mi amigo ocupó el altar usando una negra galera para casarse, el y su esposa bajo una especie de toldo y creo que el casamiento empezó mal, porque el aplastó una copa que le pusieron en el piso. Yo usé por primera vez el gorrito judío.
El gusto por la fotografía me quedó y de ahí en más siempre anduve con una máquina por la ciudad. Recuerdo en la Avda. Córdoba que frente al Sanatorio Güemes me tropecé con un tiroteo delincuentes heridos en la calle, policías armas en mano y sin darme mucha cuenta documenté todo meta apretar el disparador. La policía me rodeó y me obligó a abrir la cámara velando el rollo sensible, pero no me detuvieron.
Me enteré que se dedicó a la fotografía como profesión y lo hace muy bien.
En una fiesta familiar, el hijo de un amigo mío riendo me comentó que trabajaba para un estudio fotográfico que pertenece a Salomón Aron, que es el segundo nombre de mi añorado amigo. Le pedí le trasmita mis saludos y le pasé mi email.
En un correo electrónico alabó mi memoria para relatar hechos y agregó " ya tomaremos un café un día de estos".
Eso fue hace más de seis años….
¡ Salomón volve !, las amistades se pueden recuperar, a vos nunca te importó que yo escribiera de izquierda a derecha.
Los de ARGENTORES no aparecieron nunca a cobrar derechos de autor por aquella UNICA función de la obra de títeres.
Entonces…. ¿ te contiene el que yo sea quien fundó el primer Museo Suramericano Comandante Ernesto Che Guevara ?
Tal vez disfrutes al visitarme y en la vidriera de la calle Rojas 129 de CABA-llito Higuera, puedas ver al divertido móvil, (ocurrencia mía) que es un muñeco como aquellos nuestros, pero con el rostro de Fidel Castro (el villano según los explotadores) que nunca fue
“ Titere ” de nadie.
¡ Dale rusito… vení sin avisar !
tu amigo de la inocente infancia. Toto
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