El escrito Alex Szarazgat rememora el periplo que lo llevó de Viena a Argentina,
y aporta su experiencia de vida para entender lo que pasa hoy en el mundo.
Desde tiempos inmemoriales, los inmigrantes llevan consigo la nostalgia de abandonar su lugar de origen. Pero también trasladan su cultura y sus saberes, algunos perdidos ya en sus países, como ocurrió con los llamados “Alemanes del Volga”, cuyos descendientes nacidos en el Litoral argentino transmiten hasta hoy las tradiciones ya perdidas en el país europeo. En el caso de Alex Szarazgat, la partida de su Viena natal fue culpa de los delirios del “Führer”, quien instauró el “Tercer Reich” con la idea de que perdurara mil años. “En 1938 los nazis ocuparon Austria, y al poco tiempo detuvieron a mi padre, que era militante socialista. Con mi familia recorrimos oficinas, cuarteles y comisarías... Intentamos métodos inverosímiles para lograr que lo liberaran. Hasta me presenté como voluntario en la aviación alemana... En junio finalmente lo liberaron, vaya a saber por qué... ”.
- ¿Y cómo lograron salir de Viena?
- Mi padre hizo las gestiones pertinentes. El 18 de agosto de 1938 vinieron a casa dos oficiales de la Gestapo, la temible policía secreta nazi. Por suerte se fueron con las manos vacías, porque indudablemente buscaban a mi padre, que justo no estaba allí. Al día siguiente nos ausentaríamos de nuestra patria, uno antes de la fecha en la que tenía que presentarme ante la autoridad militar para incorporarme a la aviación. Por eso, para nosotros el día del padre es el 19 de agosto. Gracias a él, a su previsión, pudimos escapar del infierno nazi. Primero fuimos a Suiza, donde se quedó a vivir mi hermana mayor, y en 1940 nos vinimos a Argentina con mis padres y mi hermano menor.
- ¿Donde se instalaron cuando llegaron acá?
- Fuimos a una colonia agrícola en la provincia de Buenos Aires, cerca de Rivera. Fue dura la vida en el campo para una familia citadina, pero la solidaridad de la gente del lugar nos ayudó mucho. Puedo decir que me salvó la solidaridad, nos salvó a todos. Y eso me hizo reafirmar una idea que me habían inculcado mis padres: no existen las salidas individuales. Todos necesitamos una ayuda en algún momento, y es nuestro deber tender a su vez nuestra mano al prójimo. Cuando vinimos a Buenos Aires, mi padre trabajó en un frigorífico y yo en una curtiembre, y los obreros nos ayudaron mucho, incluso enseñándonos el idioma. Porque en la colonia hablábamos idish o alemán.
- ¿Qué lectura hacés de la Segunda Guerra Mundial?
- Que la guerra se ganó en gran parte al esfuerzo soviético, que entregó la vida de millones de sus ciudadanos. Y que nos hicieron creer que en el llamado “Día D”, cuando los estadounidenses desembarcaron en Normandía, se empezó a ganar la guerra. En realidad, esa acción de guerra se hizo en gran parte para detener el avance soviético sobre Europa occidental, con el fin de negociar una posguerra en términos más favorables para Estados Unidos. En realidad, creo que la batalla decisiva de aquella guerra fue la de Kursk, donde los tanques del Ejército rojo prevalecieron ante los de la Wehrmacht.
- ¿Cree que los conflictos actuales nos pueden llevar a otra guerra mundial?
- No se si lo preanuncian otra guerra mundial, pero sí se presenta un escenario de cierta multilateralidad en el cual cada potencia busca hacerse con las materias primas que necesitan sus industrias. Y esos intereses contrapuestos, lógicamente, generan conflicto. El caso testigo de todo esto es Ucrania. Cómo EE.UU. y la Unión Europea (con Alemania a la cabeza) intentar hacer pie en ese país, que en las últimas décadas estuvo bajo la órbita rusa. Y Rusia no se quedó de brazos cruzados... Es decir que nos esperan tiempos difíciles. Pero tengo confianza en la humanidad, en los pueblos del mundo que algún día se van a revelar ante sus verdugos.