viernes, 26 de julio de 2019

murió Eva Duarte en Buenos Aires Fiesta oligarquica duelo de los menesterosos María Elena Walsh poetisa museo Che Guevara de Caballito


  E V A          (Eva Duarte Ibarguren)                       

I.Calle Florida. Túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedó sin madre.
Llorando entre faroles  con crespones.
Llorando en cueros. Para siempre. Solos.
Sombríos machos de corbata negra,
sufrían rencorosos por decreto;
y el órgano de Radio del Estado
hizo durar a Dios un mes o dos.
Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte, tras las celosías
encargaba a París rayos de sol.
La cola interminable, para verla.
Y los que maldecían -por si acaso-
no vayan esos cabecitas negras
a bienaventurar a una cualquiera.
Flores podridas para Cleopatra.
Y los grasitas con el corazón rajado,
rajado en serio.  Huérfanos. Silencio.
Calles de invierno donde nadie pregona:
"El Líder", "Democracia", "La Razón"...
Y Antonio Tormo calla "Amémonos".
Un vendaval de luto obligatorio,
escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte "más muerte".
Pobrecitos rubíes, esmeraldas,
visones ofrendados por el pueblo,
sandalias de oro,  sedas virreinales
vacías, arrumbadas en la noche.
Y el odio, entre paréntesis
rumiando venganza  en sótanos y con picana.
Y el amor y el dolor, ¡qué eran de veras!,
gimiendo en el cordón de la vereda.
Lágrimas enjugadas con harapos
"Madrecita de los desamparados".
¡Silencio! Que hasta el tango se murió.
"¡Orden de arriba!" ... y lágrimas de abajo.
"En plena juventud". "No somos nada".
No somos nada más que un gran castigo.
Se pintó la República de negro,
mientras te maquillaban y enlodaban.


En los altares populares, santa.
Hiena de hielo para los  gorilas
pero eso sí, solísima en la muerte.
Y el pueblo que lloraba para siempre
sin prever tu atroz peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron
esta leyenda, ni me la robaron.
Días de julio del 52
¿Qué importa dónde estaba yo?
 


II.
No descansés en paz, alzá los brazos,
no para el día del renunciamiento
sino para juntarte a las mujeres
con tu bandera redentora
lavada en pólvora, resucitando.




No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,
metiste a las mujeres en la historia
de prepo, arrebatando los micrófonos,
repartiendo venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero
¿Quién va a tirarte la última piedra?
Quizás un día nos juntemos
para invocar tu insólito coraje.



Todas. Las contreras, las idólatras,
las madres incesantes, las rameras,
las que te amaron, las que te maldijeron,
las que obedientes tiran hijos
a la basura de la guerra, todas
las que ahora en el mundo fraternizan
sublevándose contra la aniquilación.
Cuando los buitres te dejen tranquila
y huyas de las estampas y el ultraje
empezaremos a saber quién fuiste.
Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva,
única reina que tuvimos, loca
que arrebató el poder a los soldados.




Cuando juntas las reas y las monjas
y las violadas en los teleteatros
y las que callan pero no consienten
arrebatemos la liberación
para no naufragar en espejitos
ni bañarnos para los ejecutivos.
Cuando  hagamos escándalo y justicia
el tiempo habrá pasado en limpio
tu prepotencia y tu martirio, hermana.






Tener agallas, como vos tuviste,
fanática, leal, desenfrenada
en el candor de la beneficencia
pero la única que se dio el lujo
de coronarse por los sumergidos.
Agallas para defender a muerte.
Agallas para hacer de nuevo al mundo.
Tener agallas para gritar ¡basta!
Aunque nos amordacen con cañones.

          María Elena Walsh

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