foto - Rosa Rodríguez Gómez de González es la señora que está detrás del bebé que el preadolescente Kevin Daniel sostiene en brazos. Esta tomada en la playa de estacionamiento del hotel "Marina" del cual era dueña junto con Eladio González su marido el de pantalón oscuro.
Lunes 13 de noviembre de 2006. Rosa Rodríguez viuda de González, coloca sobre la mesa de la cocina del Hotel Marina, como todos los días durante cuarenta años, la taza de té con leche, dulce de membrillo y galletitas.
Sentada ya, sorbe lentamente el líquido bañada por la intensa luz que el sol de las cinco y treinta de la tarde descarga sobre los edificios, que bordean la costa de la ciudad. Tal vez recuerde a su esposo fallecido en ese mismo Hotel hace cinco años.
Rosa con noventa y seis años contados desde ése 23 de Junio de 1910 en el que le vieron la cara al nacer, pero sumados los nueve meses de gestación, más los cuatro meses largos transcurridos desde su 96 cumpleaños significan un año más. O sea 97 años de latidos y equilibrio hormonal y físico. Su psiquis tan agredida por el entorno, resistió embates terribles y su espíritu si se pudiera corporizar, se vería hecho pedazos. No obstante siempre fue la dueña de la situación ó lo fingió de piel hacia fuera.
Pero hoy llegó a la meta final, el infarto cerebral detona el infarto coronario y cae en el piso, que con terca delectación trapeó durante cuarenta años. Del golpe en su cabeza brota sangre que multiplica la angustia de su hija Negra cuando la encuentra caida.
Esta pide auxilio a
la hotelera del Rivamar y al cerrajero Alejandro Conca de Av. Independencia, que
auxilian a la caída y en ése mismo momento me entero de todo lo
acaecido por boca de Conca que me telefonea a Capital.
Estoy en seis horas junto a ella. Cardiología, máscara de oxígeno, sonda nasogástrica, tubo con aguja a la vena de la mano que está atada a la camilla, para que no se la arranque.
Inconsciente, sin
abrir sus ojos, sin hablar, ni oír, con mucha actividad muscular en las piernas
que revolea como en un can-can. Tres noches despidiéndome de ella, que se fue
apagando en movimiento y en respiración (que el primer día fue muy agitada). El jueves 16 de Noviembre por la tarde me
preparo para salir y llama Ququi, “acaba
de fallecer mamá”. Son las 17.45 horas.
Llego al Hospital de la Comunidad y en neurología me quedo a solas con el cadáver de quien me parió. De ese cuerpo inmóvil, pequeño, broté para ….. vaya a saber para qué.
No le dí alegrías
grandes a ella. Ni siquiera fui
presidente. Fue testigo y crítica de mis
errores y de cómo pagué las consecuencias. Intentó siempre que armonizaramos entre los
hermanos y casi lo logró.
Fue la base segura, inclaudicable, inamovible, fiel, fuerte, desde donde papá despegó, aterrizó, despegó, aterrizó, etc, etc.
Ella que no hubiera
querido me lastimó con su muerte. Muy
dentro sentí como una mano acerada oprimiéndome intolerablemente y cortándome
la respiración. Las lágrimas aliviaron un poco la presión.
Mi mente se
retrotrajo a un dolor similar y recordé el día en que abandoné a mis tres
primeros hijos y al que había creído era mi hogar.
Deliberaciones y se resuelve
que una ambulancia la traslade hasta Los Polvorines en el Cementerio Británico
de Pablo Nogués, donde sabiamente hace 25 años mis hermanas compraron una
parcela por si alguien se moría.
Pocha volvió horas
antes, Ququi también y Negra me despidió con un abrazo antes de subir a la ambulancia en la que viajo con mamá. Llegamos por la mañana y la colocamos en la
capilla donde a solas con ella me dispongo a esperar a los familiares.
La primera que llega
es la nieta que menos disfrutó y conoció.
Claudia, mi hija, me abraza, vine acompañada por su José y el hijo de
ambos (mi nieto) Kevin Daniel Moravchik. Luego llega
Irene mi pareja con Paula mi nuera y Demián mi hijo. El sobrino Tomasito, la hija de José (el
sobrino) con su pareja, Gloria y su Sergio, Marina, Gabriel y sus dos
muchachas. Los hijos de la finada
hermana de mamá (Fefa), Norma Herrero con sus dos muchachotes (hijos), y Rodolfo el otro sobrino, solo. Tiu, tiu y su esposo Luis, con el hijo de
ambos, con quienes rememoro a su hermano Benito mi querido primo, recientemente
fallecido. La jueza esposa de mi primo Pepe García con él, la prima escribana
Susana acompañada por su hermano Gerardo. Ququi, Pocha, Diego, Dennis.
La rosa blanca,
única, solitaria, martiana, que yo había
robado de un cantero al llegar y engarcé en el crucifijo de bronce de la tapa
del cajón mortuorio, quedó oculta bajo el gran ramo de rosas que sus hijas
trajeron y colocaron.
Todos la recordarán
viva, solo sus hijos la vimos sin vida.
Las chicas (de setenta años) –mis hermanas- hicieron venir un sacerdote
que habló y bendijo a la fallecida.
Luego encabezó él
mismo un cortejo donde Demián y yo junto con otros varones llevamos a pulso
unos doscientos metros a mamá hasta llegar el lugar donde la madre tierra había
sido abierta para recibirla. Su nieta Gloria había preparado escritas unas
sentidas y hermosas palabras de despedida, que leyó acongojada. Yo caminé entre los presentes repartiendo de
a una las muchas rosas rojas que completaban el ramo que sus hijas decidieron
ofrendarle. Cada quien recibía la rosa la iba arrojando a
la abierta sepultura, donde el cajón que contenía a mi madre esperaba. Luego ya
colocaron tablas tapando la sepultura y me dí cuenta que alguien me estaba
faltando y le pregunté a Kevin, me señaló a mi hija que a unos 40 metros sola,
sentada en un banco del cementerio jardín hacía malabares con su dolor
personal.
Las dos, Rosa la muerta y Claudia su nieta perdieron
lo irrecuperable, que es el trato frecuente, espontáneo y hasta casual que
enriquece la vida de los viejos, y mucho más la de los jóvenes. Caminé hasta
ella y me senté a su lado abrazándola.
Manuel mi hijo no
vino, luego me explicó que él no acepta ver cadáveres y que desea recordar
vivos a quienes mueren.
Javier mi otro hijo
tampoco vino. Hacía seis meses que no
trabajaba después del accidente en moto, donde casi pierde la vida y ese mismo
día recomenzó por decisión del seguro médico a trabajar. Ximena mi hija tampoco estuvo, esta bien que
nunca me quiere ver, pero Rosa era su abuela paterna.
Una joven desconocida
me llamó la atención y al enterarme que era la hija del héroe caído en la
guerra de Malvinas, José Leónidas Ardiles me la lleve por entre las tumbas a
prudente distancia y le
conté mi experiencia
con las fotos y casettes familiares del héroe
que me llegaron a
acusar de haber perdido en una mudanza.
Ella me agradeció y
yo me saqué ese enorme peso de encima.
Como escribió Guido
Spano y gustaba recitar mi madre de memoria:
“llora llora urutaú, en las ramas del yatay, ya no existe el Paragüay donde nací como tú”. El cementerio está a 40 kilómetros de la capital. Gradualmente nos fuimos todos despidiendo de todos y volvimos a casa.
Diciembre de 2011 llego a ese mismo cementerio integrando el cortejo fúnebre de mi cuñado Denis Mac Donald Murdoch que ha muerto. Tras la bendición, responso, lo llevamos a pie hasta el lugar de inhumación y los trabajadores lo bajan mientras la familia arroja flores ó puñados de arena. Leo en voz alta un hermoso mensaje de Manuel Emiliano mi hijo en el que describe la calidad humana que tuvo siempre el finado. A veinte metros de este lugar encontramos la lápida bajo la que los restos de Rosa y Eladio, mis padres descansan. Son cinco años en los que nunca los visite para homenajearlos.
Eladio González toto
El bate de la HIGIENE y la revolucionaria cohesión popular cubana, fundamentales en la lucha contra el Covid. Demostrado en las 132 (ciento treinta y dos) muertes socialistas que han sufrido hasta hoy. En Puerto Rico ya murieron 1.000 (un mil) pronorteamericanos. Cuba tiene once millones de habitantes, contra tres millones y medio de Puerto Rico. Con mas del triple de habitantes que el "estado asociado yanqui", la admirable, atacada, perseguida, odiada e invisibilizada isla fidelista, tiene SIETE veces MENOS muertes que los que ¿viven? a la sombra del Tío Trump. Para revolcarse de la risa sino fueran "dos alas de un mismo pájaro". Extraña ave que luce una estrella solitaria en un ala. En su otra ala cincuenta estrellas que dificultan un "vuelo popular". Eladio González Rodríguez (toto) director fundador del primer museo suramericano Ernesto Che Guevara de Buenos Aires. museocheguevaraargentina.blogspot.com face- Eladio González - mail museocheguevara@fibertel.com.ar
Brigadas médicas cubanas que merecen el Premio Nóbel de la Paz desde hace años por su internacionalismo amoroso, sin igual.
El doctor argentino y comandante cubano Ernesto Che Guevara omnipresente en Cuba y archivado en su país de nacimiento Argentina. La falta de cultura sociopolítica de los argentinos los lleva a desechar la oportunidad de aprovechar el gigantesco ejemplo ético y amoroso del hombre que dió su joven vida en pro de la de los desposeídos de otro país. Un gran porcentaje de políticos argentinos son activos cómplices de su "desaparición".
Marroquies genocidas de Saharohuies.
Argentina murieron 37.002 (treinta y siete mil dos)
Cuba murieron 132 (ciento treinta y dos)
Bélgica murieron 15.522 (quince mil quinientos veintidós)
Puerto Rico murieron 1.017 (un mil diez y siete) tiene los mismos
habitantes que Cuba.
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