21 de Abril de 1859 fue muerto en la batalla de Tucumán el abanaderado de Manuel Belgrano. El mismo día de 1964 fue muerto el abanderado de Ernesto Che Guevara en Orán, Salta donde quería instalar una guerrilla.
AMISTAD CON JORGE RICARDO MASETTI en 1951, relata Mario Silva Arriola (2016)
Madrid 29 de Febrero de 2016.
Estimado quiero aclararte algunos extremos. La marina que nos
reunió a Masetti y a mi, nada tiene que ver con la Marina que bombardeó la
Plaza de Mayo en 1955 y que secuestró, torturó, asesinó a miles de personas
durante la dictadura y que me repugna. El Capitán Alicio Ogara que
Comandaba nuestro buque, fue uno de los que se opuso al golpe militar del 55
contra Perón y nó por ser peronista sino por defender la legalidad
constitucional. Hundió chatas en la bocana del puerto para evitar que la
flota de mar con el almirante Rojas al frente, avanzara sobre Buenos Aires o
volara los depósitos de gas del puerto. Algunos, creo que no son
mas de dos, de los cadetes del barco, terminaron siendo la basura represiva que
utilizó la triste marina de guerra del golpe del 76 y solo dos de los oficiales
de entonces fueron cómplices del horror. Jamás pensé que la Escuela de
Mecánica donde yo juré bandera, se convertiría en el monstruoso centro en que
se transformó. Es decir que mi recuerdo cariñoso de entonces no significa que
refrende a la Marina criminal del 76, siendo yo mismo una víctima del golpe de
Estado, que me encarceló, vejó y me mandó al exilio. Que quede todo esto
en claro. No sé que es la Marina hoy día. Ignoro todo lo que
puede serle propio, salvo el hundimiento del Belgrano en 1982 durante la guerra
de Las Malvinas (que conozco bien). Entre otras cosas también tripulé
el Belgrano en mis tiempos de marino. Recorrí todos y cada uno de los sitios
donde estuvimos con Masetti y el barco, en mis 40 años en Europa y puedo decir
que poco o nada queda de lo que vimos. Añadí países y muchas experiencias
a aquellos días, viví en varios de los sitios que había visitado (SUECIA,
ROMA, PARIS, etc.) pero aquellas singladuras fueron otra cosa.
Desde Argel hasta Angola y desde Estocolmo a Moscú, pasando por mas de 60
países, todo lo he vivido y recorrido en Europa, América y Asia, pero siguen en
mi memoria aquellas impresiones de los 17 años en una Marina de Guerra
totalmente distinta al monstruo que después surgió. Es decir, que
lo que digo se basa en circunstancias que después variaron y no por mera
inocencia o torpeza. Reitero, que quede claro. Un abrazo.
Te ruego comentes a Graciela (hija de Masetti) todo lo que te mando, considero
que es la principal interesada.
Conocí a Masetti en Febrero ó Marzo de 1951, siendo yo tripulante del
guardacostas acorazado “Pueyrredón” de la ARA. Nos aprestábamos a un
largo viaje de instrucción para los Cadetes de la Escuela Naval Militar que
egresarían como Guardiamarinas. Desde Enero la actividad había sido
febril a bordo. Se hicieron pruebas de máquinas en navegación, se
practicaron todos los zafarranchos (abandono, auxilio en puerto, incendio,
combate) que eran simulacros para que la tripulación estuviera apunto en
cualquier emergencia y que eran sorpresivos y agotadores, a cualquier hora del
día o de la noche. Cada uno tenía su puesto y en cuestión de segundos
había que ocuparlo. También ejercicios de tiro con todas las baterías de
a bordo. Se cargaron alimentos, municiones, repuestos para los distintos
talleres, combustibles, armamento ligero, agua, provisiones, arena y minio,
pinturas, etc, etc. Todo era correr y correr. Yo era uno de
los servidores de una batería a babor, como artillero pertenecía a la 4ª.
División de Artillería, pero también hacíamos de todo y colaborábamos en lo que
fuera. Para reforzar la dotación y estando en la rada de La Plata, haciendo
ejercicios se sumó un grupo de marineros de la Base Naval de Río Santiago
elegidos por su conducta y destreza. En ese grupo vino Jorge Ricardo
Masetti y desde un primer momento conectamos y lo ayudé en sus primeros
momentos a bordo, en un buque nuevo para él, como me habían ayudado a mí cuando
me sumé a la tripulación en Diciembre anterior. Había una enorme
camaradería. Corría el año 1951. Jorge era
audaz, decidido, valiente, muy fuerte físicamente y moralmente estricto.
Suele suceder que cuando alguien destaca o alcanza notoriedad haciéndose
famoso, los que lo conocieron o trataron le atribuyen dotes o facultades
inexistentes basadas en el “pos” y ausentes en el “ante”. Puedo jurar que
en el caso de Jorge no es así. Tenía un imán para hacer amigos y él sabía
serlo con integridad. En esa época, el 90 % de los marineros (me refiero
a todos los que no eran oficiales e incluyo a muchos suboficiales) al margen de
sus aptitudes en cada especialidad y en general como marinos, carecía de educación
secundaria ó universitaria y algunos hasta de escolaridad. Muchos eran
chicos del interior, procedentes de pueblos remotos, perdidos en el mapa.
La minoría, como Masetti o como yo, eramos de grandes ciudades, habíamos podido
estudiar o leer y teníamos intención de seguir haciéndolo. Pese a ello ni
Masetti ni yo ni otros pocos como nosotros, hallamos o establecimos barreras de
ninguna clase, sintiéndonos por encima. La mayoría por no decir, todos,
nos sentíamos hermanados por el buque, que era la madre común y nuestra vida
era fraterna. La oficialidad en general no desentonaba. El
Comandante Alicio Ogara, Capitán de Fragata, era estricto pero también afable y
comprensivo, nos respetaba mucho y su trato era cordial. Los demás podían
dividirse entre los cadetes, que tenían mas o menos nuestra edad y no causaban
problemas, muy metidos en sus estudios y los oficiales de especialidades
absolutamente técnicos, como médico, contable, máquinas, comunicaciones, etc.
Que no solo no se metían con los tripulantes, sino que necesitaban de
todos nosotros. Solo dos o tres tenían pasta de déspotas o el militarismo
metido en las venas, pero quedaban anulados por la dinámica de a bordo.
Masetti tenía un trato respetuoso y era respetado, como lo fui yo y a veces me
decía que la disciplina tenía que imponerse, cosa que yo no aceptaba.
Tenía una moral católica acendrada y sin fisuras, era muy nacionalista y yo muy
internacionalista, pero aceptaba la crítica y las bromas, que también hacía.
Cuando nos vimos, ya después de la marina, creo que en 1956, había cambiado
mucho, diría que había dado un giro de ciento ochenta grados, pero estaba
agitado por ese afán de lucha que lo motorizaba. Seguía igual, con su
vozarrón, su porte altivo, las manos enormes, la mandíbula prominente y su
rostro que rezumaba franqueza. Dijera lo que dijera, era sincero y uno de
esos tipos que tu sabes que jamás te va a traicionar, que habla de frente y sin
vueltas y en el que puedes confiar. Todo esto no es un acopio de meras y
superficiales impresiones mías, sino el resultado de analizar sus actos y
gestos en los mil pequeños detalles de una vida diaria que duró casi un
año. Por ello puedo remarcar su naturalidad y la manera normal de aceptar
la disciplina. También su manera de no rehuir trabajos que no eran los
que tenía asignados, por sentido de solidaridad y colaboración. Siempre
estaba dispuesto a ayudar. Era muy ordenado y muy recto.
También me llamaba la atención los diversos ángulos con que comentaba lo
experimentado en algún puerto que dejábamos atrás, en las reuniones que
celebrábamos en “su” Gavetería. Podía hablar de Holanda a través de
nuestras andanzas por Amsterdan y alrededores y esto es solo un ejemplo,
aplicable a Hamburgo, Estocolmo o Dakar. Tenía visión de intelectual,
político, humanista y también de marinero. Diría que aquel fue un tiempo
feliz, quizá porque teníamos 17 y 20 años. Pero la vida a bordo no era un
remanso de paz. Era un torbellino. Por eso disfrutábamos
tanto de los ratos libres. En el mar no había sábados ni domingos,
siempre era laboral. Nos ganábamos los 7, 8 ó más días de libertad en
Puerto para salir a pasear y recorrer, a veces con permiso para estar 4 y 5
días fuera del barco, sin regresar a la noche y sin guardias, como
turistas. Como anécdotas podría contar docenas, pero me quedaron grabadas
las reuniones en la Gavetería (que creo le conté a su hija Graciela en una
carta. Alli Masetti tenía su “reino” particular, su “foro”, su
“Reducto”. Masetti era el encargado de la Gavetería, donde se lavaban
platos, cubiertos, ollas, gavetas, etc. De la marinería únicamente.
Grandes pilas llenas de agua jabonosa, a lo largo de un pasillo estrecho y
profundo, en la banda de babor, donde había dos o tres ojos de buey desde donde
se veía el mar y cuando nos aproximábamos a puerto, la silueta del ignoto país
al que llegábamos, los muelles, los edificios, la gente esperándonos.
Muchas noches mate por medio, matizado con galleta marinera (seca y dura),
aceite, paté, roast beef, queso, o lo que alguno de los asistentes había podido
aportar, afanándoselo de las despensas, charlábamos durante horas y Masetti
tenía la voz cantante, mientras los demás escuchaban respetuosamente. Los
temas eran tan variados, como interesantes y nadie se iba decepcionado. Toda la
“vajilla” era de metal, latón o aluminio y ayudábamos a Jorge a lavarla
mientras la charla se estiraba. Generalmente, como es natural se armaban
círculos de amigos mas estrechos, en razón de las tareas, los artilleros con
los artilleros, los de cubierta, los de máquinas, los de comunicaciones, los
señaleros, etc. Pero en el “club” de Masetti se rompían los moldes y
venían de todas partes, hasta estar apiñados y no caber nadie mas. Todos podían
intervenir y lo hacían, pero el maestro de ceremonias era Jorge. Política,
religión, mujeres, países, los que habíamos dejado y los que venían,
costumbres, gentes, idiomas, aventuras, etc. Jorge ya había hecho
trabajos como periodista, en diarios, revistas y la radio y tenía mucha soltura
y capacidad de análisis, en cierto modo actuaba de maestro.
Recuerdo que cuando zarpábamos del puerto de
Buenos Aires, iniciando el viaje, hubo una ceremonia oficial. Nuestros
familiares y amigos se agolpaban en el muelle para despedirnos, poco antes
habían estado a bordo dándonos los últimos besos y abrazos, madres, novias,
amigos. Toda la tripulación vestía de gala, oficiales, cadetes,
marineros, cubriendo toda la arboladura del buque, sonaban marchas, la banda de
a bordo se lucía a fondo y la guardia de infantería demostraba su marcialidad,
cuando subió por la planchada, nada menos que EVA DUARTE DE PERON que tenía el
honor de dar la orden de zarpada. Saludó al Comandante y a todos los
oficiales, luego a los Suboficiales, pero al tocarnos el turno a los marineros,
decidió que iba a despedirnos “UNO POR UNO” y no solo eso, a cada uno unas
palabras maternales “cuídate, acuérdate de tu madre..”, “representas a la
Patria, compórtate”, “cuidado con las mujeres…” etc, etc, etc. Con
furia contenida los oficiales formados en cubierta, tuvieron que aguardar horas
hasta que Evita saludó al último marinero y dio la orden de zarpar.
Esta despedida fue tratada en las reuniones en la Gavetería, con diversidad de
opiniones, que sería muy largo analizar, pero Masetti y yo opinábamos distinto.
El apuntaba a su inquietud social y a su pasión por el periodismo. Era
duro de mollera, pero no fanático, firme pero dialogante y cuando lo vi, en
nuestros escasos encuentros, creo que hasta 1956, fue reservado con relación a
sus planes de futuro. Hablamos de nuestros hijos, nos reímos mucho con el
recuerdo de nuestras aventuras de todo tipo por el mundo que nos abrió el viejo
barco. Nos encontramos en el Zoológico de Buenos Aires, también en Once y
una vez por Caballito. Siempre a charlar y recordar. Jorge había
crecido como persona y como periodista y yo estaba a punto de egresar como
abogado. Su personalidad seguía siendo impactante. Mantenía
ese vigor y esa determinación de marinero. Reitero que, por razones de la
vida y desgraciadamente, nos vimos muy poco, pero hay personas que no necesitas
ver para que su paso por tu vida haya sido fundamental. No me extrañaron
sus incursiones en Cuba, sus reportajes a Fidel y el Che, la creación de Prensa
Latina, porque su tremenda capacidad era para eso y mas. Giró a la
izquierda y hacia el internacionalismo porque no era un obcecado sino un ser
inteligente y sensible. Me preguntaron por si sabía si era cierto que
había militado en la Alianza Nacionalista, de triste recuerdo y dije que sí,
que lo había hecho, pero salió de allí desencantado, herido en sus sanas
convicciones y asqueado y creo que eso lo redime de aquel ocasional pecado de
su juventud, llena de curiosidad y ávida de exploración. Yo era mas
joven aún. Pero ambos fuimos constructores de un destino que al final nos
alió en convicciones parecidas y aunque nos separó para siempre, me permite
hoy, a mas de 60 años de distancia, hablar de mi amigo Masetti y de su enorme
personalidad humana y social. También me preguntaron si me importaba que
saliera a la luz todo lo que digo. No solo no me importa sino que resalto
que jamás podría renegar de mi amistad con Jorge piensen lo que piensen los
demás. Me dolió su enigmática desaparición terrena, lo lloré y lo lloro,
pero quiero creer que aun está allí, en “su” Gavetería del barco, dándonos
lecciones y riéndose junto a aquella audiencia deslumbrada.
Por lo menos estoy vivo para dar testimonio,
quizá el único posible, después de tantos años, sobre quien fue y como fue
Jorge Ricardo Masetti. Agradezco al destino el poder hacerlo y
agradecería aun mas que trascendiera porque merece difundirse. Si
le pudiera escribir yo le diría: Querido hermano: Me gustaría verte y
darte un abrazo. Quizá suceda. Leí que los sueños son el mejor manjar que
se pueda servir en la mesa de la vida…. A nosotros nos sirvieron sueños en un
barco y estoy seguro que sigues navegando persiguiendo sueños. Te
gustaría saber que Graciela, tu hija, que conocí cuando apenas se levantaba un
palmo del suelo, está en contacto conmigo y que le he contado lo que, tal vez,
ignoraba de ti. Ahora se lo cuento a todos y entre todos vamos a decir al
mundo quien eras y quien sigues siendo. Te gustará tras las muchas infamias que
algún descastado ha dejado caer. Te hecho de menos, como todo lo de aquel
remoto tiempo en que nos hicimos mas hombres y mas fraternalmente unidos.
Estoy mas viejo, pero sigo siendo el “flaco” el “negro” que te llamaba “loco”
“gavetero” y te llevaba galletas para las reuniones de mate y charla en la
Gavetería. El mar donde ahora navegas es mucho mas grande y envidiable y
quiero que sepas que por acá te seguimos sintiendo cerca, muy cerca y que tu
huella permanece imborrable. Te mando un abrazo, con una brújula para
localizarte en la inmensidad y un hasta siempre querido
amigo. Mario Silva Arriola
desde Madrid, España.
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