MILLONES DE ROSAS PESAN MAS QUE EL HIERRO de Wimpi (Arthur García Nuñez) uruguayo
La estrella se ha detenido en el cielo.
El viajero le obedece y se detiene en el camino.
Le lleva un camello blanco y le rodean servidores.
Pende de sus hombros una túnica violeta y sobre su perfil erguido y recio, firme y dulce, recuerda coronas de reyes y auréolas de santos un alto turbante de seda turquí.
El viajero se ha detenido y espera.
Es "allí" el lugar de la cita.
La estrella, desde el cielo, lo señala, titilando.
De pronto, llegan otros dos, en sendos camellos, asimismo, por la ladera bermeja de El - Jebel.
Y les dice el que aguardaba:
"La Paz sea contigo y contigo, hermanos en la buena fe..."
Y dice uno de los recién llegados:
"Yo soy Gaspar, hijo de Cleanto, de Atenas. Vengo de Grecia. Queda lejos, como una salvación. Es la tierra de la Filosofía, de la Poesía, de la Elocuencia y del Arte. Me ufané en venerar maestros hasta el día en que empecé a advertir que cualesquiera de ellos lo sabía todo, pero que ninguno de ellos entendía nada. Y ese día fuí para Tesalia a habitar una caverna en la que me entregué al recogimiento y la meditación. ¡Mis rodillas laceradas no quebrantaron nunca la constante de mi ruego! Le suplicaba a El que se apiadara de mi ansiedad. Quería saber si algun día vendría alguien en su nombre a salvar a los hombres de su soberbia y de su crueldad. Frente a mi cueva, había un pequeño laguito de agua azul. Al cabo de los días, mis ojos ya le buscaban con cariño desde dentro. Y una tarde... ¡el agua fue irguiéndose en vilo ante el asombro de mis pobres ojos, doloridos del milagro! y elevandose afinada, el agua se volvió una estrella y siguiéndola y obedeciéndola con mi corazón, he llegado hasta aquí."
Y dijo el que esperaba: "También yo he venido como tú y por lo mismo que tú. Me llamo Baltasar. Nací príncipe en Alejandría. También yo quise encontrar la verdad a través de la sabiduría y de la belleza en mi tierra de eternidades. Y no la encontré. Creo que la única verdad, es la que salve a los hombres. También como tú, quise la respuesta de Dios. No acertaba a presentir porque camino habría de llegarme: si en el canto de los pájaros, en la fragancia de los lirios o en un balar de recentales. Y una tarde en la que contemplaba como tantas otras la íntima mansedumbre del Nilo, vi que una estrella - ¡esa estrella! - se levantaba de él como una paloma y oí, también yo, en mi corazón la voz portentosa que me mandaba seguirla. Y heme aquí. "
Hubo un silencio como de espera, como de vísperas, como de gracia. Y habló el último de los tres.
"Yo me llamo Melchor. Nací rey en Samarkanda. Y quise encontrar la verdad en la delicia del mundo. Tuve palacios frente a los que remedaban una guardia perpetua los bicéfalos de cuernos y pezuñas de oro. En mis pebeteros se quemaba el incienso de Judea, el cinamono del Líbano y la mirra de Arabia. Mis pasos se hundían en los más raros tapices de Tiro y de Iturea que, golosos devoraban el ruido de mis pasos. Mis fuentes rebosaban de los melocotones de Nusrabad, de las uvas de Buruyir, de las frambuesas de Mekrán. Y mis jarras desbordaban de los vinos de Ghiraz, envidia de todos los viñateros de Sebaste y de Juliade. Descorriendo mis cortinas de púrpura bajo dinteles de plata aparecían las mujeres más bellas del mundo. Desnudas como perlas. Gracias amasadas con relentes y alhelí. ¡ Pero aquello no era verdad ! Y fuera de aquello nada tampoco es verdad. Al fin un día, ví nacer esa estrella en mis ojos y, siguiéndola, llegué aquí.
De pronto volvió a caminar la estrella en el cielo.
Y ellos la siguieron.
Y así llegaron a Belén.
Y comenzaron a preguntarle a las gentes por la casa en la que había nacido el nuevo Rey.
El primero que recibió la pregunta inaudita, quedó asustado de ella. Y en vez de responder, se alejó ahogando un sollozo.
Y dijo Baltasar, mirándolo compasivamente mientras se alejaba:
"Todos lloran en su corazón cuando sienten que no creen en lo que tendrían que haber creído siempre. Y a veces, el llanto, horadandola soberbia que lo oculta, se les escapa por la garganta y por los ojos."
Y siguieron los tres el rumbo de la estrella.
Enfrentóseles repentinamente una mujer que doblaba por la esquina de los tahoneros. Y la detuvieron y, esta vez Gaspar le preguntó:
¿Sabes por ventura dónde ha nacido el Nuevo Rey de Israel?
Ella, después de reponerse de su asombro, lanzó una carcajada:
"¡Nuevo Rey de Israel, decís!"
Gaspar agrega: "¡ Señor del Mundo, que viene a salvar a los hombres por el amor.....! "
Y ella, prosiguió burlona:
"¡ Nuevo Rey ! ¡ Y recién nacido ! ¿ Y es que puede ser rey alguien donde lo es Herodes El Grande, que se ha salvado de todos los que pretendieran suplantarle, pues, que cuenta con la ayuda del César para sus fuerzas y con el perdón del César para sus crímenes ?.
Y se alejó siempre riendo.
Entonces Melchor dijo, bajando la mirada para ocultar que se le iba venciendo de a poco:
"Nadie cree. Unos lloran, otros ríen, pero ....... ¡ nadie cree !
Repuso vivamente Baltasar:
¿ Y nosotros ?
Melchor: Nosotros somos tres y ellos son millones.
Baltasar: Siempre valdrán más tres creyentes que todos los millones de descreídos.
Sintiendo ahora el impudor de su miedo, Melchor alzó los ojos abatidos y dijo, tremente de angustias:
"Pero es que la mujer ha dicho que aquí impera la espada de un rey terrible, Baltasar. ¡ Una espada que puede segar en el brote la cabeza del Rey Salvador ! El hierro manda. Acuérdate de Isaías y Ezequías. De Nabucodonosor y Daniel."
Y Baltasar, con el rostro florido de ternuras y esperanzas, antes de invitar al camello blanco que abriera la marcha siguiendo a la estrella, dijo:
"Millones de rosas, pesan más que el hierro. El hierro choca con el hierro y se pudren los despojos. Las rosas, aunque los perversos las cieguen, vuelven a nacer siempre, y para siempre, desde Ispahan a La Meca y de La Meca a Jericó."
Y siguieron la marcha que iba acuñando en el camino aquella huella inmortal......
La estrella se ha detenido en el cielo.
El viajero le obedece y se detiene en el camino.
Le lleva un camello blanco y le rodean servidores.
Pende de sus hombros una túnica violeta y sobre su perfil erguido y recio, firme y dulce, recuerda coronas de reyes y auréolas de santos un alto turbante de seda turquí.
El viajero se ha detenido y espera.
Es "allí" el lugar de la cita.
La estrella, desde el cielo, lo señala, titilando.
De pronto, llegan otros dos, en sendos camellos, asimismo, por la ladera bermeja de El - Jebel.
Y les dice el que aguardaba:
"La Paz sea contigo y contigo, hermanos en la buena fe..."
Y dice uno de los recién llegados:
"Yo soy Gaspar, hijo de Cleanto, de Atenas. Vengo de Grecia. Queda lejos, como una salvación. Es la tierra de la Filosofía, de la Poesía, de la Elocuencia y del Arte. Me ufané en venerar maestros hasta el día en que empecé a advertir que cualesquiera de ellos lo sabía todo, pero que ninguno de ellos entendía nada. Y ese día fuí para Tesalia a habitar una caverna en la que me entregué al recogimiento y la meditación. ¡Mis rodillas laceradas no quebrantaron nunca la constante de mi ruego! Le suplicaba a El que se apiadara de mi ansiedad. Quería saber si algun día vendría alguien en su nombre a salvar a los hombres de su soberbia y de su crueldad. Frente a mi cueva, había un pequeño laguito de agua azul. Al cabo de los días, mis ojos ya le buscaban con cariño desde dentro. Y una tarde... ¡el agua fue irguiéndose en vilo ante el asombro de mis pobres ojos, doloridos del milagro! y elevandose afinada, el agua se volvió una estrella y siguiéndola y obedeciéndola con mi corazón, he llegado hasta aquí."
Y dijo el que esperaba: "También yo he venido como tú y por lo mismo que tú. Me llamo Baltasar. Nací príncipe en Alejandría. También yo quise encontrar la verdad a través de la sabiduría y de la belleza en mi tierra de eternidades. Y no la encontré. Creo que la única verdad, es la que salve a los hombres. También como tú, quise la respuesta de Dios. No acertaba a presentir porque camino habría de llegarme: si en el canto de los pájaros, en la fragancia de los lirios o en un balar de recentales. Y una tarde en la que contemplaba como tantas otras la íntima mansedumbre del Nilo, vi que una estrella - ¡esa estrella! - se levantaba de él como una paloma y oí, también yo, en mi corazón la voz portentosa que me mandaba seguirla. Y heme aquí. "
Hubo un silencio como de espera, como de vísperas, como de gracia. Y habló el último de los tres.
"Yo me llamo Melchor. Nací rey en Samarkanda. Y quise encontrar la verdad en la delicia del mundo. Tuve palacios frente a los que remedaban una guardia perpetua los bicéfalos de cuernos y pezuñas de oro. En mis pebeteros se quemaba el incienso de Judea, el cinamono del Líbano y la mirra de Arabia. Mis pasos se hundían en los más raros tapices de Tiro y de Iturea que, golosos devoraban el ruido de mis pasos. Mis fuentes rebosaban de los melocotones de Nusrabad, de las uvas de Buruyir, de las frambuesas de Mekrán. Y mis jarras desbordaban de los vinos de Ghiraz, envidia de todos los viñateros de Sebaste y de Juliade. Descorriendo mis cortinas de púrpura bajo dinteles de plata aparecían las mujeres más bellas del mundo. Desnudas como perlas. Gracias amasadas con relentes y alhelí. ¡ Pero aquello no era verdad ! Y fuera de aquello nada tampoco es verdad. Al fin un día, ví nacer esa estrella en mis ojos y, siguiéndola, llegué aquí.
De pronto volvió a caminar la estrella en el cielo.
Y ellos la siguieron.
Y así llegaron a Belén.
Y comenzaron a preguntarle a las gentes por la casa en la que había nacido el nuevo Rey.
El primero que recibió la pregunta inaudita, quedó asustado de ella. Y en vez de responder, se alejó ahogando un sollozo.
Y dijo Baltasar, mirándolo compasivamente mientras se alejaba:
"Todos lloran en su corazón cuando sienten que no creen en lo que tendrían que haber creído siempre. Y a veces, el llanto, horadandola soberbia que lo oculta, se les escapa por la garganta y por los ojos."
Y siguieron los tres el rumbo de la estrella.
Enfrentóseles repentinamente una mujer que doblaba por la esquina de los tahoneros. Y la detuvieron y, esta vez Gaspar le preguntó:
¿Sabes por ventura dónde ha nacido el Nuevo Rey de Israel?
Ella, después de reponerse de su asombro, lanzó una carcajada:
"¡Nuevo Rey de Israel, decís!"
Gaspar agrega: "¡ Señor del Mundo, que viene a salvar a los hombres por el amor.....! "
Y ella, prosiguió burlona:
"¡ Nuevo Rey ! ¡ Y recién nacido ! ¿ Y es que puede ser rey alguien donde lo es Herodes El Grande, que se ha salvado de todos los que pretendieran suplantarle, pues, que cuenta con la ayuda del César para sus fuerzas y con el perdón del César para sus crímenes ?.
Y se alejó siempre riendo.
Entonces Melchor dijo, bajando la mirada para ocultar que se le iba venciendo de a poco:
"Nadie cree. Unos lloran, otros ríen, pero ....... ¡ nadie cree !
Repuso vivamente Baltasar:
¿ Y nosotros ?
Melchor: Nosotros somos tres y ellos son millones.
Baltasar: Siempre valdrán más tres creyentes que todos los millones de descreídos.
Sintiendo ahora el impudor de su miedo, Melchor alzó los ojos abatidos y dijo, tremente de angustias:
"Pero es que la mujer ha dicho que aquí impera la espada de un rey terrible, Baltasar. ¡ Una espada que puede segar en el brote la cabeza del Rey Salvador ! El hierro manda. Acuérdate de Isaías y Ezequías. De Nabucodonosor y Daniel."
Y Baltasar, con el rostro florido de ternuras y esperanzas, antes de invitar al camello blanco que abriera la marcha siguiendo a la estrella, dijo:
"Millones de rosas, pesan más que el hierro. El hierro choca con el hierro y se pudren los despojos. Las rosas, aunque los perversos las cieguen, vuelven a nacer siempre, y para siempre, desde Ispahan a La Meca y de La Meca a Jericó."
Y siguieron la marcha que iba acuñando en el camino aquella huella inmortal......
No hay comentarios:
Publicar un comentario