El muñeco dorado ( parte uno )
Década del 90, invierno. Desde el oeste
de la provincia de Buenos Aires proviene el tren que al abrir sus puertas en la
estación, siente aliviado como se vacía, liberando los cuerpos de los eternos
Ulises, los involuntarios nómades, los laburantes, que se desparraman desde ése
andén hacia los cuatro puntos cardinales de Caballito.
La diaria, repetida, aburrida, robótica, inalterable manifestación
multipartidaria de ejecutivos, marginados, secretarias, muchachas “sin
horas” y no “por horas”, empleados, peones, (ojo, peones solo, porque
alfiles, reyes, reinas y demás se quedan piolas en sus tableros), que aunados,
sin proponérselo salen momentaneamente mezclados por esa monstruosa
licuadora-mezcladora que es el tren, en la que no hay diferencias por el lapso
que dura el viaje, para luego empezar a retomar gradualmente su “status”.
Equilibristas del riel y del durmiente, vienen desde el
andén hasta la barrera de Rojas y allí giran hacia mi lugar.
No se todavía, si es gracias al asfalto en el
que ya no trastabillan, ó a la pendiente pronunciada, ó a la ineludible
sensación de haber puesto pié en la garganta del diablo capitalina que los
deglute y los hará bailar sus existencias de 33 r.p.m. al loco ritmo del 78 de
pasta, pero se aceleran, se transforman en un manojo
muscular-apura-preocupado-chopelota que semeja un batallón de zombies.
Porque esas sonrisas que portan algunos/as, no son sonrisas, son
muecas de situaciones congeladas. Tal vez por eso pasan a mi lado,
indiferentes.
Sí, usted señora, señor ó vos che, y te digo che porque che
significa MIO, sí en guaraní che significa “mío”, y te quiero
mía/ío, si somos como de la familia, hace nueve años que nos vemos, día a día,
sol a sol, lluvia a lluvia (mirá si no mi desteñido traje). Soy un
laburante como vos. Diferentes ocupaciones sí, pero si nos parecemos
hasta en la rigidez. Bueno, vos no tenés el tono dorado de mi caripela,
pero compartimos una cierta inexpresividad. Me ves sin verme, me esquivás
como otros cientos de zombies a quienes el imán de la avenida Rivadavia atrae
inexorablemente. ¡ Si hasta cambié de ropaje y no te avivaste.! La
navidad pasada fuí Papá Noel, mucho antes fuí gauchito de negras bombachas y
chaleco. Fuí aldeana italiana por unos meses, una débil mujercita que te
esperó como aquél manequí femenino en “De cartón piedra” (Serrat), viéndote
doblar aquella esquina, adivinándote sensible, comunicativo/a, humano/a. Y
esperé con mucha paciencia hasta que unos cuantos, día a día comenzaron a
aceptarme y acercarse y a darme el sí. Primero fueron los marginales, los
que detectan lo que todavía está a salvo, lo impoluto, los chicos de la calle,
los abandonados de Dios, los que hacen que toda la gente vuelva la cara, se
ciegue ó ensordezca repentinamente, todos menos yo claro, aunque tentado estoy
de girar y mirar otra cosa más linda, pero mi cuello de yeso me lo
impide. También los canes, que son los mejores amigos de los manequíes,
plantaron sus patas y me señalaron antes que nadie con sus hocicos. Esos
pibitos que sufren el frío de la gente y el frío invernal, comenzaron a
hablarme, a tocarme las manos, ¡al fin!, ¡ “a besarme”!. Y los
otros niños también, los que tienen quien pueda comprarles una golosina, y
duermen calentitos y tienen pilchas limpias vinieron. Estos me trajeron a
sus abuelos, a sus papás, a sus hermanos/as y a sus amas de trabex, ya no tengo
más frías las mejillas, y es por los besos, ni las orejas congeladas porque sus
vocecitas me dan calor/amor, es que ellos no saben del tirano tiempo, no tienen
donde ir, viven para vivir. Niños que ejercen la niñez y adolescentes que
luchan desesperados por aferrarse a la niñez, que se resisten a enterrar diez
años de luminosidad entre los pliegues de la mortaja-traje-corbata-ejecutiva y
quieren emocionarse, y reir y patear una lata en la vereda, porque sí. Estos sí
que se detienen, vuelven sobre sus pisadas y allí comienza la fiesta, el
contacto del “cuarto tipo”, el argentino-ser humano-descendiente de Manzi
(Homero) luchando por salir del disfraz de “No Future” de The Cure, y sííí´...
gana Manzi y la mano tibia – a pesar del frío – viva, móvil, sensible se me
acerca y me roza timidamente al principio y luega toma la mía, inerte, fría, rígida.
Y yo hago como que no lo veo, mi mirada indiferente pasa sobre su hombro. En
realidad lo estoy probando, quiero ver hasta donde dá el material, y cuando su
mano me acaricia la pelada o me habla, entonces ya sé que lo/a enamoré, que
solo quedan en ésta vereda el peatón enamorado y el manequí
-caza-sensibles. Es amor a primera vista, es ternura, es volver a la
fuente, al afecto porque sí, a creer nuevamente. No obstante que creo en
lo mío, como buen argentino, tengo mi amuleto, no sea cosa de dejar librado a
la suerte esta cruzada de amor. Porto en mi siniestra una coneja de
peluche vieja, vieja. A veces, cuando me deprimo, comienzo a cifrar mi
éxito en la probable atracción que despierta la coneja en cierta franja de
niños, pero me repongo con el ejemplo de ese ser humano, que con forma de
hombre-nada-gris-provincia-no mires los ojos del patrón-agachá la cabeza – que
en silencio viene de tanto en tanto y me acaricia la peluca, e ignorando la
coneja me besa las mejillas y me habla mientras su dedo índice empuja dentro de
mi bolsillito el billete marrón de 100 que en su generosidad me obsequia.
Su bolso se va con él, y la gente se lo traga. ¿No sería
Jesús, ése?
Hace mucho que no vuelve, como también Alfredo, el de la placita
de Yerbal y Rojas, el que la limpió, la mantuvo, la hizo ser un lugar
decente. El que juntó a los chicos y les organizó enseñándoles como hacer
una cancha de football y otra de basket. El que escribía con las manos en un
papel. El que escribía cada día un nuevo capítulo de generosidad comunitaria.
Un ejemplo de lo que un hombre debe ser dentro de su medio. Claro, luego
me enteré de sopetón, como siempre vienen las malas noticias, lo inaceptable
que Alfredo murió. Sí, pero no desapareció, yo lo espero todavía, y creo
que me engañó el otro día, entró a mi negocio, a Bagatela, el negocio que yo
custodio. Claro, vino disfrazado de mujer, una cálida y sensible señora
mayor, que pedía maderas para arreglar “la placita”. ¡Como me engrupiste
Alfredo!, a mí y a todos. Ahora sé que sí estás en ella, bueno, como también
estás en mí, ó en los niños que juntaste, respetaste, enseñaste y amaste,
porque solo con mucho amor se puede hacer todo lo que vos dejaste hecho.
14 de Marzo de 2018 la municipalidad (inspectores) nos
hicieron sacarlo de la vereda, ya no lo sacaremos mas. Chau muñeco.
en estos
links verás entrevistas y video sobre nuestro museo.
Suena el himno de España para recibir a los
periodistas en el primer Museo Che Guevara de Suramérica. Está ubicado en el
concurrido barrio de Caballito de Buenos Aires y no parece
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