Medicina automedicacion venta libre antibióticos
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“El sistema médico está falseado”
Humanos, virus y laboratorios se cruzan en un libro que debería estar en todas las bibliotecas: a partir de la gripe aviaria y el N1H1, la médica analiza las causas de la automedicación, el rol de los profesionales y la influencia de las empresas.
Un thriller médico de lectura apasionante. Un libro que hay que leer para saber que no se puede tomar amoxicilina ante cualquier dolor; que no hay que pedirle –nunca más– al farmacéutico del barrio “déme un antibiótico fuerte” o “déme el mejor, aunque sea más caro”, como si estuviera comprando “un buen par de botas de trekking”. Suena a chiste, pero es en serio. Más de un lector seguramente habrá repetido la misma frase o alguna de sus variantes imperativas. O peor aún. Sin necesidad de articular palabra alguna enfila derechito hacia la góndola de la farmacia, como si estuviera en el supermercado, y elige al azar la droga “más poderosa”. “No saben que no existe un antibiótico mejor ni uno fuerte, sino uno específico para cada caso”, escribe Mónica Müller en Pandemia. Los secretos de una relación peligrosa: humanos, virus y laboratorios (Sudamericana), un libro que debería estar en todas las bibliotecas del país. “Sin saberlo, están favoreciendo la creación de una cepa bacteriana superresistente a todos los antibióticos conocidos, lo que pone en peligro su propia inmunidad y, por un efecto de ruleta rusa darwiniana, la de todo el género humano. Pero esos pacientes no son responsables: creen lo que su médico les dice y en lo que la publicidad les muestra como un valor confiable”, agrega la doctora y escritora.
Pandemia toma como disparador el suceso mundial más relevante del año pasado: la temible irrupción del virus A (N1H1). Aunque esa primera ola que causó tanto estupor y pánico en médicos y ciudadanos de a pie se extinguió “con el ritmo suave de una marea en la orilla”, más que celebrar habría que decir que muerto el perro no se acabó la rabia. Y ni siquiera está muerto el “perro” porque “no se conoce ningún medicamento capaz de matar a un virus”, afirma la autora, que se encargó de realizar una conexión de “parentesco” que faltaba. Que se había perdido en el desván de los recuerdos ajados. La famosa y letal Gripe Española de 1918 fue provocada por un virus precursor del virus A. Hace más de 90 años, entre 30 y 100 millones de personas murieron en menos de ocho meses, un número que es más fácil relacionar con un ataque nuclear que con una gripe. “Los pacientes que el doctor Oliver Sacks trató en el Hospital Monte Carmel en 1969 –y fueron objeto de la película Despertares– eran en su gran mayoría personas que habían tenido la gripe en 1918 siendo jóvenes, y seguían encerradas en la semiinconciencia de la encefalitis letárgica”, recuerda Müller. También repasa cómo lo reprimido de esa tragedia salió a la superficie en la literatura y en el arte en Memorias de una joven católica, de la norteamericana Mary McCarthy –enferma y sobreviviente de la gripe del ’18–; El ángel desnudo, de Thomas Wolfe, donde relata la agonía y la muerte de su hermano; y los autorretratos del pintor noruego Edward Munch.
Médica especializada en Homeopatía de mirada penetrante y tono balsámico, Müller recibe a Página/12 en su consultorio y dice que “los virus son fantásticos”. Se nota que siente pasión por “esos enemigos invisibles” que no nacen, no se alimentan y no se reproducen; sólo necesitan la energía de otros seres para existir. “Hace mucho que estaba investigando el tema”, cuenta. “Siempre me interesaron los virus porque son algo rarísimo. No hay conciencia de que son distintos a todos los seres biológicos; de hecho no son seres biológicos, no son seres vivos. La definición de virus es maquinaria programada para la supervivencia. Me impresiona mucho el tipo de reacciones que hay en las sociedades ante las epidemias: reacciones primitivas, infantiles, crueles. Leí muchos libros sobre epidemias y la constante es siempre la misma: buscar culpables y atribuirlo a una fuerza externa. Lo cual es muy primitivo, como esas civilizaciones que cuando alguien se moría decían que era un castigo de los dioses.”
El embrión de la curiosidad de Müller surgió con la gripe aviaria. “Viene aparentemente en un pájaro sano; es realmente una película clase B. Lo fascinante es que convivimos con eso alegremente, inocentemente”, subraya. “Había mucha alarma por la posibilidad de que mutara el virus. Y ahí conocí la gripe de 1918. En Estados Unidos empezó a haber mucho material hace unos diez años, pero acá nadie sabía nada. La sociedad norteamericana y europea están todavía impregnadas de esa tragedia. Pero antes no se hablaba, no se decía nada. Ahora que uno lo sabe, todo el tiempo en la literatura, en el cine, aparecen referencias a muertos durante la gripe del ‘18. Ese virus era aparentemente igual al que los científicos creían que estaría por reaparecer. Y cuando finalmente apareció la gripe A, uní toda la información, escribí dos notas en Página/12 y ahí empecé a recibir mails y llamados.” Uno de esos llamados fue el de Pablo Avelluto, director editorial de Sudamericana que, sin anestesia, le preguntó: “¿Te animás a escribir un libro?”. La respuesta no tardó en llegar: “Nada me gustaría más”, le contestó Müller.
–Parece que vivimos en sociedades muy avanzadas que presumen que las epidemias son cosas de otros siglos, de la Edad Media si se quiere. Como si la modernidad implicara la eliminación de los virus, ¿no?
–Tal cual, ésa es la idea. Hay una enorme incredulidad y cuando empieza a aparecer un virus, como ocurrió el año pasado con la gripe A –muchos médicos me contaban que se morían personas jóvenes, de 30 años–, se multiplica el temor y la reacción siguiente es culpabilizar. Incredulidad, pánico y buscar enseguida un culpable: el gobierno no hizo nada para evitarlo, o los laboratorios lo crearon. Buscar culpables es más tranquilizante. Lo que sorprende no es sólo el prejuicio de la gente –que no tiene por qué saber cómo se crean los virus–, sino de los médicos que siguen diciendo que la gripe A fue creada en un laboratorio. Yo sigo recibiendo ese tipo de mails cuando se sabe que no fue creado en un laboratorio. Los virólogos saben cómo surgió. Ayer recibí de nuevo un mail con un asunto muy importante sobre el “invento” de la gripe A de la doctora Rauni Kilde, personaje que incluí en el libro y que es la falsa ministra de Salud de Finlandia. Hay una actitud prejuiciosa que es muy tranquilizante.
–Usted alerta sobre el peligro de la automedicación. ¿Por qué cree que comprar antibióticos se asemeja a comprar un caramelo en un kiosco?
–En Argentina los antibióticos son de venta libre; el mensaje es que son completamente inocuos. En Estados Unidos no podés comprar un antibiótico sin receta jamás; en los países donde se compran sin receta la gente se automedica y es peligrosísimo para la persona y para la humanidad. Las bacterias también –como los virus– están programadas para mutar y adaptarse. Y el día que aparezca una bacteria que aguante cualquier antibiótico sonamos todos... los médicos sabemos eso, lo estudiamos, pero los mismos médicos recetan antibióticos porque sí. A cada rato me encuentro con gente que dice que por un dolor de garganta un médico le recetó un antibiótico. Es verdad que en algunos casos hay que tomar antibióticos, para una angina. Pero son pocos; hay un test que en 45 minutos te dice si hay que tomar un antibiótico o no. Y no se hace. Hay médicos muy respetuosos, pero otros tratan al paciente muy mal. Una vez que al paciente le recetaron un antibiótico, cada vez que tiene fiebre, dolor de garganta o de oídos toma antibióticos.
–Su libro a la vez que elogia el desempeño de muchos médicos, que hacen esfuerzos sobrehumanos ante problemas estructurales del sistema de salud, también es muy crítico. ¿Cómo fue recibido Pandemia entre sus colegas?
–Me sorprende mucho el silencio. Para el libro entrevisté a muchos médicos muy confiables como el doctor Jorge San Juan y la doctora Lucrecia Raffo, directora del Posadas, que han trabajado maravillosamente bien. Después les mandé el libro. Ninguno me contestó nada. Ni una sílaba, aunque tenemos una relación muy buena y ellos saben cómo pienso yo. Colegas míos, gente joven y jefes de servicios de hospitales del conurbano se los dieron a los residentes. Y hay mucho entusiasmo porque dicen que lo tienen que leer todos los médicos que se están formando. Pero supongo que a muchos les debe molestar este libro porque me parece que hay una cuestión corporativa: ¡Cómo voy a criticar a los médicos! El problema no es la automedicación; el problema somos los médicos, aunque no seamos el único problema. Los médicos somos los que le enseñamos a la gente cómo tratarse. Creo que se niega que los médicos tengamos la culpa. Pero sí, tenemos la culpa. Los médicos somos los responsables, recibimos el mensaje de los laboratorios que es brutal. Es un lavado de cerebro que te hacen antes de recibirte.
Müller trabajó durante 35 años en una agencia de publicidad y se especializó –por casualidad– en laboratorios y productos farmacéuticos. A la medicina llegó de grande; arrancó con la carrera a los treinta y pico. “Con mucha ingenuidad –confiesa risueña– me acuerdo del lanzamiento del diclofenac. Qué bueno, me dije, cura todo. Pero cuando empecé a estudiar medicina me di cuenta de que no era así.” Cuando estaba a punto de recibirse de médica, fue al lanzamiento de un medicamento en el Paseo La Plaza. “Estaba feliz porque por fin salía del mundo de la publicidad para entrar, definitivamente, al de la medicina. Hice la cola en un stand y cuando llegué me entregaron una planilla. Era un concurso para un viaje a Cancún con todo pago, si recetaba doce recetas de esa droga que se estaba lanzando. ¿Pero cómo? ¿Si yo me beneficio en algo recetando no puedo ser objetiva? Me quedé helada. Es muy terrible el tema de los laboratorios. Está muy criticado ahora en Estados Unidos; hay un gran escándalo por el tema de premiar a los médicos si recetan. No podés obtener ningún tipo de beneficio económico o premio por recetar. Debería ser un delito”, advierte.
–¿Cómo se podría resolver la incidencia que tienen los laboratorios?
–El tema es muy complejo. Un factor importante es que los médicos son explotados; hay compañeros míos que tienen seis trabajos y están corriendo de un lugar a otro y tratan de ganar un mango donde puedan. Esa es la tristísima realidad: el envilecimiento del trabajo médico. Los laboratorios han tomado el papel de formadores de los médicos. Y aun más. No hay investigación si no hay laboratorios, que tienen intereses creados. Acá y en todo el mundo el sistema médico está totalmente falseado. No sé la solución, pero me parece que los gobiernos, los Estados, deberían ponerles coto a los laboratorios. Por lo pronto deberían prohibir que haya publicidades de medicamentos. No puede haber publicidad de aspirinas; en Alemania las venden con un prospecto plegado con las contraindicaciones. Las aspirinas favorecen las hemorragias gástricas; mi marido estuvo a punto de morir por una aspirina. Y sin embargo, se venden aspirinas alegremente. He mandado cartas a todos lados –que nunca han publicado– en las que cuestionaba que se permitiera un comercial de televisión en el que se dice: estoy cansado, me tomo dos aspirinas. Es brutal; dos aspirinas no hacen el doble efecto que una, pero duplican el riesgo de hemorragia. Los Estados permiten esto. ¿Por qué el Ministerio de Salud no dice que es una aberración que los antibióticos sean de venta libre y que haya publicidades de medicamentos? Se debería empezar por ahí. Le daría más respetabilidad a la figura del médico, que no sería vendedor de baratijas como lo es actualmente, y se podría frenar a los laboratorios.
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