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Desafío permanente: cuidar de sí mismo
2015-08-04
Lectoras, lectores: Basta por el momento de política. Pensemos un poco en nuestra pobre, infeliz/feliz existencia.
Al asumir la categoría "cuidado" en nuestra relación con la Madre Tierra y con todos los seres, el Papa Francisco reforzó no sólo una virtud sino un verdadero paradigma que representa una alternativa al paradigma de la modernidad, que es el de la voluntad de poder, que tantos daños ha producido.
Debemos cuidar de todo, también de nosotros mismos, pues somos el más próximo de nuestros próximos y, al mismo tiempo, el más complejo y más indescifrable de los seres.
¿Sabemos quiénes somos? ¿Para qué existimos? ¿Hacia dónde vamos? Reflexionando sobre estas preguntas ineludibles vale recordar la consideración de Blas Pascal (+1662) tal vez la más verdadera.
¿Qué es el ser humano en la naturaleza? Una nada delante del infinito, y un todo delante de la nada, un eslabón entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la nada de donde proviene y el infinito hacia donde va (Pensées § 72).
Verdaderamente, no sabemos quiénes somos. Solamente desconfiamos, como diría Guimarães Rosa. En la medida en que vamos viviendo y sufriendo, vamos descubriendo lentamente quiénes somos. En último término somos expresiones de aquella Energía de fondo (¿imagen de Dios?) que sustenta todo y dirige todo.
Junto con lo que de realmente somos, existe también aquello que potencialmente podemos ser. Lo potencial pertenece también a lo real, tal vez, a nuestra mejor parte. A partir de este trasfondo, cabe elaborar claves de lectura que nos orienten en la búsqueda de aquello que queremos y podemos ser.
En esta búsqueda el cuidado de sí mismo desempeña una función decisiva. No se trata, primeramente, de un mirar narcisista sobre el propio yo, que lleva generalmente a no conocerse a sí mismo sino a identificarse con una imagen proyectada de sí mismo y, por eso, falsa y alienante.
Michel Foucauld con su minuciosa investigación Hermenéutica del sujeto (2004) intentó rescatar la tradición occidental del cuidado del sujeto, especialmente en los sabios del siglo II/III como Séneca, Marco Aurelio, Epicteto y otros. El gran motto era el famoso ghôti seautón, conócete a ti mismo. Ese conocimiento no es algo abstracto, sino muy concreto: reconócete en aquello que eres, procura profundizar en ti mismo para descubrir tus potencialidades; intenta realizar aquello que realmente puedes.
En este contexto se abordaban las distintas virtudes, tan bien discutidas por Sócrates. Él advertía evitar el peor de los vicios, que para nosotros se ha vuelto común: lahybris. Hybris es sobrepasar los límites y buscar ser especial, por encima de los otros. Tal vez el mayor impasse de la cultura occidental, de la cultura cristiana, especialmente de la cultura estadounidense con su imaginado Destino Manifiesto (sentirse el nuevo pueblo elegido por Dios) sea la hybris: el sentimiento de superioridad y de excepcionalidad, imponiendo a los otros nuestros valores, sancionados por Dios.
Lo primero que hay que afirmar es que el ser humano es un sujeto y no una cosa. No es una sustancia, constituida de una vez por todas, sino un nudo de relaciones siempre activo que mediante la cadena de relaciones está construyéndose continuamente, como lo hace el universo. Todos los seres del universo, según la nueva cosmología, son portadores de cierta subjetividad porque tienen historia, viven en interacción e interdependencia de todos con todos, aprenden intercambiando y acumulando informaciones. Este es un principio cosmológico universal. Pero el ser humano realiza una modalidad propia de este principio que es el hecho de ser un sujeto consciente y reflejo. Sabe que sabe y sabe que no sabe y, para ser completos, no sabe que no sabe.
Este nudo de relaciones se articula a partir de un Centro alrededor del cual organiza las relaciones con todos los demás. Ese yo profundo nunca está sólo. Su soledad es para la comunión. Reclama un tú. O mejor, según Martin Buber, es a partir del tú que el yo despierta y se forma. Del yo y del tú nace el nosotros.
El cuidado de sí mimo implica, en primerísimo lugar, acogerse a uno mismo, tal como se es, con sus aptitudes y sus límites. No con amargura, como quien quiere modificar su situación existencial, sino con jovialidad. Acoger el propio rostro, cabello, piernas, senos, la apariencia y modo de estar en el mundo, en fin su cuerpo (véase Corbin y otros, O corpo, 3 vol. 2008). Cuanto más nos aceptemos menos clínicas de cirugías plásticas existirán. Con las características físicas que tenemos, debemos elaborar nuestro modo de ser en el mundo.
Nada más ridículo que la construcción artificial de una belleza moldeada en disonancia con la belleza interior. Es el intento vano de hacer un "photoshop" de la propia imagen.
El cuidado de sí mismo exige saber combinar las aptitudes con las motivaciones. No basta tener aptitud para la música si no sentimos motivación para ser músicos. De la misma forma, no nos ayudan las motivaciones para ser músicos si no tenemos aptitud para ello. Desperdiciamos energías y recogemos frustraciones. Quedamos siendo mediocres, lo que no engrandece.
Otro componente del cuidado para consigo mismo es saber y aprender a convivir con la dimensión de sombra que acompaña a la dimensión de luz. Amamos y odiamos. Estamos hechos con esas contradicciones. Antropológicamente se dice que somos al mismo tiempo sapiens y demens, gente de inteligencia y junto con ello gente de rudeza. Somos el encuentro de esas oposiciones.
Cuidar de sí mismo es poder crear una síntesis donde las contradicciones no se anulan, pero predomina el lado luminoso.
Cuidar de sí mismo es amarse, acogerse, reconocer nuestra vulnerabilidad, poder llorar, saber perdonarse y desarrollar la resiliencia, que es la capacidad de saltar por encima y aprender de los errores y contradicciones. Entonces escribimos recto, a pesar de las líneas torcidas.
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Asunto: Leonardo Boff: The permanent challenge: Caring for oneself
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The permanent challenge: Caring for oneself
Leonardo Boff
Theologian-Philosopher
Earthcharter Commission
Readers: Enough of politics for a while. Let us think a little about our poor, happy or unhappy existences.
In considering the category of "caring" in our relationship with Mother Earth and with all beings, Pope Francis stressed not just a virtue, but a true paradigm that represents an alternative to the paradigm of modernity, namely, that of the drive for power, that has caused so much damage.
We must take care of everything, including ourselves, because we are the closest of our neighbors and, at the same time, the most complex and most undecipherable of all beings.
Do we know who we are? What do we exist for? Were are we going? Reflecting on these inescapable questions, it is worth remembering the thoughts of Blaise Pascal (1623-1662), perhaps the most true:
What is the human being in nature? The human is a nothing in the face of the infinite, and a whole in the face of nothingness; a link between the nothing and the whole, but incapable of seeing the nothingness whence he comes or the infinite whither he goes. (Pensées § 72).
We truly do not know who we are. We only distrust, as Guimarães Rosa would say. To the degree that we live and suffer, we slowly go about discovering who we are. In the final analysis, we are expressions of that background (the image of God?), that sustains and directs everything.
Along with what we really are, there is also that which we potentially can be. The potential is also part of the real, perhaps it is our best part. Starting with this background, we can develop points to guide us in the search for that which we want and can be.
In this search caring for oneself performs a decisive function. First, it is not about a narcissistic view of one's ego. That generally leads not to self knowledge but to identification with a projected image of oneself and therefore is false and alienating.
Michel Foucauld, in his thorough study, The hermeneutics of the subject (2004), tried to resurrect the Western tradition of caring for the self, especially as seen through the wise men of the Second and Third centuries, like Seneca, Marcus Aurelius, Epictetus and others. The great motto was the famous ghôti seautón, know thyself. That knowledge is not abstract, but very concrete: recognize that which you are, try to deepen thyself to discover your potential; try to make real that which you in fact can become.
In this context the different virtues were addressed, so well discussed by Socrates. He warned about avoiding the worst of the vices, one that has become common among us: namely, hubris. Hubris is to exceed one's limits and to strive to be special, above others. Perhaps hubris is the worst aspect of Western culture, of Christian culture, especially of the culture of the United States with its imagined Manifest Destiny (the belief in being the new chosen people of God): the feeling of superiority and of exceptionality, imposing our values on others, sanctioned by God.
The first that must be said is that the human is a being and not a thing. Humans are not a substance, constituted once and for all, but a knot of relationships always active, that through the chain of relationships are continuously constructing themselves, as the universe does. All beings of the universe, according to the new cosmology, are carriers of a certain subjectivity, because they have a history, live in an interaction and interdependency of all with all, learning through inter-exchange and accumulation of information. This is a universal cosmologic principle. But the human being has its own form of this principle, namely, the fact of being a conscious and reflecting being. The human being knows that he knows and that he does not know and, to be complete, does not know what he does not know.
This knot of relationships is built from a Center, around which relationships with others are organized. That profound I is never alone. Its solitude is for communion. It demands a you. Or, better, according to Martin Buber, it is where the you begins that the I awakens and is formed. From the I and the you is born the us.
Caring for oneself implies, in the first place, accepting oneself the way one is, with one's talents and limitations. Not with bitterness, like those who want to change their existential situation, but with joviality. It is to accept one's own face, hair, legs, breasts, appearance and mode of being in the world; in short, to accept our bodies (see Corbin et all, O corpo, 3 vol. 2008). When we accept ourselves more, fewer plastic surgery clinics will exist. With the physical characteristics we have, we should develop our mode of being in the world.
Nothing is more ridiculous than to artificially construct beauty, in disharmony with one's inner beauty. It is a vain attempt to "photo shop" our own image.
Caring for oneself demands knowing how to combine our aptitudes with our motivations. It is not enough to have an aptitude for music if we are not motivated to be musicians. Likewise, the motivation to be musicians is of no use if we do not have the aptitude for that. We just waste our energies and gather frustrations. We wind up being mediocre, something that does not make us better.
Another aspect of caring for oneself is to know and to learn to coexist with the dark dimension that accompanies the light dimension. We love and we hate. We are made with those contradictions. Anthropologically, it is said that we are simultaneously sapiens and demens, people with both awareness, and rudeness. We are the intersection of those opposites.
Caring for oneself is to be able to create a synthesis, where the contradictions do not annul each other, but the luminous side predominates.
To care for ourselves is to love, to accept, to recognize our vulnerabilities, to be able to cry, to know how to forgive and to develop the resilience that is the capacity to overcome and learn from our mistakes and contradictions. Then we can write straight, even if the lines are crooked.
Leonardo Boff
08-04-2015
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