23-10-2019 El tsunami chileno
Piñera y la represión
El régimen de Piñera -e insisto
en lo de “régimen” porque un gobierno que reprime con la brutalidad que todo el
mundo ha visto no puede considerarse democrático- se enfrenta ante la más seria
amenaza popular jamás enfrentada por gobierno alguno desde el derrocamiento de
la Unidad Popular el 11 de Septiembre de 1973. Las ridículas explicaciones
oficiales no convencen ni a quienes las divulgan; se oyen denuncias sobre el
vandalismo de los manifestantes, o su criminal desprecio por la propiedad
privada, o por la paz y la tranquilidad para ni hablar de las oblicuas
alusiones a la letal influencia del “castro-madurismo” en el desencadenamiento
de las protestas que culminaron con la declaratoria del “estado de emergencia”
por parte de La Moneda, argumento absurdo y falaz antes esgrimido por el
corrupto que hoy gobierna al Ecuador y abrumadoramente desmentido por los
hechos.
El estupor oficial y el de los
sectores de la oposición solidarios con el modelo económico-político heredado
de la dictadura carece por completo de fundamento, a no ser por el anacronismo
de la opulenta partidocracia dominante (una de las mejor remuneradas del
mundo), su incurable ceguera o su completo aislamiento de las condiciones en
que viven -o sobreviven- millones de chilenas y chilenos. Para un ojo bien
entrenado si hay algo que sorprende es la eficacia de la propaganda que por
décadas convenció a propios y ajenos de las excelsas virtudes del modelo
chileno. Este fue ensalzado hasta el hartazgo por los principales publicistas
del imperio en estas latitudes: politólogos y académicos del buen pensar,
operadores y lobistas disfrazados de periodistas, o intelectuales coloniales,
como Mario Vargas Llosa, quien en un reciente artículo fustigaba sin piedad a
los “populismos” existentes o en ciernes que atribulan a la región a la vez que
exaltaba el progreso “a pasos de gigante” de Chile /1.
Este país es para los opinólogos bienpensantes la
feliz culminación de un doble tránsito: de la dictadura a la democracia y de la
economía intervencionista a una de mercado. Lo primero no es cierto, lo segundo
sí, con un agravante: en poquísimos países el capitalismo ha arrasado con los
derechos fundamentales de la persona como en Chile, convirtiéndolos en costosas
mercancías sólo al alcance de una minoría. El agua, la salud, la educación, la
seguridad social, el transporte, la vivienda, la riqueza minera, los bosques y
el litoral marino fueron vorazmente apropiados por los amigos del régimen,
durante la dictadura de Pinochet y con renovados ímpetus en la supuesta “democracia”
que le sucedió. Este cruel e inhumano fundamentalismo de mercado tuvo como
consecuencia que Chile se convirtiera en el país con el mayor endeudamiento de
hogares de América Latina, producto de la infinita privatización ya mencionada
que obliga a chilenas y chilenos pagar por todo y a endeudarse hasta el
infinito con el dinero que les expropian de sus sueldos y salarios las pirañas
financieras que manejan los fondos de pensión. Según un estudio de la Fundación
Sol “más de la mitad de los trabajadores asalariados no puede sacar a una
familia promedio de la pobreza” y la distribución del ingreso, dice un estudio
reciente del Banco Mundial, sitúa a Chile junto a Rwanda como uno de los ocho
países más desiguales del mundo. Por último, digamos que
la CEPAL comprobó en su último estudio sobre la cuestión social en
Latinoamérica que el 1por ciento más rico de Chile se apropia del 26,5 por
ciento del ingreso nacional mientras que el 50 por ciento de los hogares más
pobres sólo accede al 2.1 por ciento del mismo /2.
¿Este es el modelo a imitar? En suma: en Chile se
sintetizan una explosiva combinación de libre mercado sin anestesia y una
democracia completamente deslegitimizada, que de ella sólo conserva el nombre.
Degeneró en una plutocracia que, hasta hace pocos días -pero ya no más- medraba
ante la resignación, desmoralización y apatía de la ciudadanía, engañada
hábilmente por la oligarquía mediática socia de la clase dominante. Una señal
de alerta del descontento social fue que más de la mitad de la población (el
53.3 por ciento) en edad de votar ni siquiera se molestó en acudir a las urnas
en la primera vuelta de la elección presidencial del 2017. Si bien en el
balotaje la abstención se redujo al 51 por ciento Sebastián Piñera fue electo
con apenas el 26.4 por ciento de los electores inscriptos. En pocas palabras,
sólo uno de cada cuatro ciudadanos se sintió representado por él. Hoy esa cifra
debe ser bastante menor y en un clima en donde por doquier el neoliberalismo se
encuentra acosado por las protestas sociales. Ha cambiado el clima de época, y
no sólo en Latinoamérica. Sus falsas promesas ya no son más creíbles y los
pueblos se rebelan: algunos, como en Argentina, desalojando a sus voceros del
gobierno a través del mecanismo electoral, y otros intentando con sus enormes
movilizaciones –Chile, Ecuador, Haití, Honduras- poner fin a un proyecto
insanablemente injusto, inhumano y predatorio. Es cierto: hay un “fin de ciclo”
en la región. Pero no, como postulaban algunos, el del progresismo sino el del
neoliberalismo, que sólo podrá ser sostenido, y no por mucho tiempo, a fuerza
de brutales represiones.
[1] Cf. “Retorno a la barbarie”,
El País, 31 de Agosto de 2019.
[2] Los datos de la Fundación Sol
son recogidos en la nota de Nicolás Bravo Sepúlveda para el periódico digital
El Mostrador www.elmostrador.cl/destacado/2019/08/21 . La fuente original está en http://www.fundacionsol.cl/2018/12/un-tercio-de-los-chilenos-no-tiene-ingresos-del-trabajo-suficientes-para-superar-la-pobreza/ Los datos relativos a la
desigualdad se encuentran en un informe del Banco Mundial: “Taking on
inequality” (Washington: 2016)
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